Ayer tomé café con un ídolo de la adolescencia. Me dije, con melancolía, que la charla estaba llegando con más de treinta años de retraso: ojalá hubiese tenido lugar a mis 17. Hablábamos de Cataluña, como no, y mi interlocutor describía esa Barcelona deformada por el independentismo en la que es incapaz de reconocerse. Fue él quien reparó en unos de aficionados del Barça que esperaban el inicio del partido acodados en la barra capitonada del bar del hotel Fénix.
Eran un grupo de cinco o seis, todos con la camiseta azulgrana, todos con la bandera de España en plan pareo. “Míralos, ahí están, a ver si se van a creer los otros que el Barça es suyo”. Luego, cuando empezó el partido y los “lo lo lo lo” del himno taparon los pitos de los separatistas, recordé a los hinchas que llevaban la bandera en la cintura y pensé que posiblemente muchos como ellos gritaban para anular el aquelarre indepe.
En twitter, los titulares express decían “Los cánticos del Sevilla vencen a los del Barça”, y pensé en lo injusto que había en esa afirmación. De hecho, si todos los aficionados culés hubiesen pitado -bien pertrechados con los irritantes silbatos traídos de casa–, habría sido imposible oír el himno. Si este año fracasó el boicot fue porque muchos barcelonistas no sólo pasaron de él, sino que cantaron con el Sevilla a grito pelado.
Los pitos al himno y al jefe del Estado son un incendio que se declara cada vez que ciertos equipos alcanzan la final de la Copa del Rey, y se declara porque los responsables de esos equipos están encantados con la movida. Es cierto que la libertad de expresión permite a cualquiera ser un cernícalo con símbolos de todos, y es imposible impedir que un grupo se desate en improperios cuando ve llegar al Rey.
Pero es obligación de los clubes, que sí viven bajo el amparo de una institución oficial, desmarcarse de estas gamberradas. La Federación de Fútbol debería exigir a los equipos que participan en la Copa del Rey que rechacen públicamente cualquier forma de politización de los partidos y condenen las faltas de respeto a los símbolos, se consideren o no propios. Y el que no quiera, que no juegue. Posiblemente los pitos y los insultos seguirían existiendo, pero los aficionados sabrían que están silbando al margen de su club.
Ahora mismo, muchos de los cafres que pitan se siente respaldados por las declaraciones irresponsables del Bartomeu de turno. Los miles de barcelonistas que ayer taparon con sus cánticos el boicot al himno deben poder sentir que son ellos los que hacen lo correcto. Como dijo el sabio, a ver si se van a creer los otros que el Barça es suyo.