Uno de los más resistentes mitos de la guerra fría es el del intelectual comprometido. De Sartre abajo, se ha tenido por tales a innúmeras colecciones nacionales de filósofos, ensayistas, profesores, novelistas, periodistas de opinión, sociólogos, economistas, músicos, pintores, cineastas, actores (el campo de la voz “intelectual” se abrió a cualquiera conectado con las actividades artísticas), fotógrafos, escultores, coreógrafos, bailarines, productores audiovisuales, editores, ilustradores, astrofísicos populares, cantautores y dibujantes. En Cataluña hemos ampliado últimamente lo inmenso incorporando a entrenadores de fútbol y a monjas malencaradas.
En la guerra fría fueron los “compañeros de viaje” del comunismo, esto es, del bando perdedor, y admitamos que los círculos concéntricos todavía no se habían expandido hasta los extremos actuales del mito, ya deformado en caricatura demencial de lo intelectual. Y también del compromiso.
Hace mucho que en España se les bautizó como “abajofirmantes habituales”, etiqueta que ahora mismo ignoro si compartimos con otros países europeos, y no tengo tiempo de consultarlo. El fenómeno, que según creo está cayendo en desuso, se manifestó con tanta frecuencia que surgieron una especie de intermediarios acreditados cuyo consentimiento permitía incluir en los manifiestos nombres de personas que no habían sido siquiera consultadas, dando pie a sonoros desmentidos.
Aunque desmarcarse significaba marcarse, y si el oscuro intermediario daba por hecha tu aquiescencia es porque en la izquierda se dan muchas cosas por sentado, empezando por la general adscripción a un número de causas. Así, ha terminando sucediendo que, en esta época de lógica difusa, pocos rasgos dibujan mejor a la izquierda que dar las cosas por sentado.
De hecho, si nos fijamos en un país que se toma muy en serio la actividad intelectual, como es el caso de Francia, comprobaremos que gran parte de la producción de los mejores izquierdistas de antaño ha consistido en ir desembarazándose de sobreentendidos, en ir desmarcándose de prejuicios, en ir rectificando viejos errores. Son los Finkielkraut, los Glucksman, los Bruckner. Y Lévy como animador. La cuña de su propia madera funciona con la izquierda de manera letal. No vayamos a olvidar que sin un grupo de ex trotskistas estadounidenses no habría nacido el movimiento neocon.
En España, aunque no cite ningún nombre propio por no ofender con las omisiones, de todos es sabido que fue un grupo de ex comunistas llegados al liberalismo el que a partir de la última década del siglo pasado, y hasta ahora, con mayor eficacia retrató y denunció el extravío de nuestra izquierda. Intelectuales comprometidos. Sí, de los de verdad.