Los toros de Victorino JR, en el temita de la cornamenta, son un poco como el manillar de las orbeas clásicas. El domingo quizá les afectara ese clima donostiarra en la antigua sartén de la Meseta: algo sosos por la tarde y el relente, aunque a la larga son y están y se les espera. Victorino hijo es una leyenda accesible, y así lo vimos tranquilo y entrevistado por Frank de la Jungla el primer día que me crucé yo al naturalista con pantalones largos en la zona/zen de Arrastre.
"Ya has visto que esta gente es tolerante", le dijo Victorino Martín a Frank de los Monos con temple y como dejando al otro sin argumentarios y en pantuflas animalistas. En ese instante, sus cámaras me arrechuchaban, me quitaban de los medios y del plano.
Era la Corrida de la Prensa, brujulearon varios periodistas (Karina Sáinz, Hermann Tertsch, yo mismo...) y un señor que hablaba de alicatar cuartos de baños en el primer tercio de banderillas: un señor que iba vestido de sevillano y que quizá fuera periodista del gremio de Porcelanosa. Mas volvamos a Victorino y a su pelea por el toro con una mayéutica tranquila, que sé que Victorino convence en la sobremesa. Con la que anda cayendo, tiene el heredero el buen humor del genio, tiene vida y tiene un campo inmenso que se aventuran en su mirada cuando se charla con él de genética y se sabe que toda una cultura habla por él. Su cicatriz en la ceja la tiene en carne viva, y con eso quedan dichas muchas cosas.
A los victorinos que se han lidiado en Madrid los vi yo, apartados y tranquilos, en un mediodía en la dehesa cacereña de las Tiesas de Santa María. Iba yo en un remolque que parecía de Parque Jurásico, y había un corresponsal chino que daba el exotismo apasionado al momento bucólico. Después del iniestazo, aquel fue el día más feliz de mi vida. Y sí, era de victorinos la tarde del domingo, corrida de la prensa y última picalagartiana y de todo. Un colofón a un redescubrimiento de la plaza y de sus gentes. Yo he intentado transmitir en estas columnas -al rebufo de Madueño- la verdad de una plaza, de un templo que es un remanso de nosotros mismos ante lo que viene; precisamente ahora que de lo de Víctor Barrio van dos años, y casi uno de lo de Fandiño. Y he visto el petardeo de los palcos, pero también una juventud creadora que ha poblado los tendidos desmontando esos mitos de que a la mocedad le espantan los trajes de luces. Hay una renovación en el mundo del toro del que Madueño me ha hecho de sherpa.
Pero la tarde fue así. Había resaca del rabo de Diego Ventura y un resquemor de que eso de los caballitos y su gente son facilones, y que un rabo en rejones es como un primo en Graná (ni es primo ni es ná). Quiero decir que en la corrida de Hermoso de Mendoza coincidí con una familia de Mondoñedo que le sacaba el pañuelo al arenero, y lo contaban con una empanada: yo los veía con ternura, con sororidad empática, y me acordaba de la copla de Marchena sobre Antonio Cañero (rejoneador que figuró en los carteles el último día en que en Madrid se tocó un pasodoble en faena).
Jesús, del bar Joyalti II, me enseñó antes la entrada de cuando hubo rabo y hubo Palomo y Sebastián y Linares. O tempora, o mores. Y yo que me crucé con Saúl Jiménez Fortes y Pablo Cobos, que son criaturas divinas de mi segunda ciudad.
La corrida de la prensa es el top, el fijo, y el día cuando uno se pregunta en qué momento se hizo periodista y dejó los trastos. "Viva el Rey, viva el Atleti" se gritó con alegría y condescedencia en el tres. Madueño se fue a ver la corrida con Zabalita y sonó Churumbelerías por anunciar el verano en prosa egabrense. El Rey y Victoria Prego estuvieron en una plaza porque sí, porque el ruedo es una academia de Humanidad. Saludé a Álvarez del Manzano al que vi -ojo al dato- sin su fotógrafo de bolsillo.
Las niñas en Las Ventas ya no quieren ser princesas pero bien que se parecen, todas, a Victoria Federica.
Se acabó lo que se daba: ay. Y los toros viven pese a muchos.