Uno de los aspectos del procés, que no se ha resaltado, es que los independentistas nos han puesto a los que nos oponemos a ellos en una situación muy violenta: la de tener toda la razón. No es mérito nuestro, sino de ellos: por ellos, por su entrega a la mentira y a la irracionalidad, tenemos toda la razón.
Es algo que no ocurre casi nunca en nuestro mundo ambiguo, ni en el casi siempre relativizable tráfico intelectual. Estamos educados en el pensamiento crítico, nos mantenemos alerta sobre nuestros sesgos, guardamos en el trasfondo una reserva de que lo que decimos pueda estar equivocado. Y esto nos ocurre incluso a quienes disfrutamos con la retórica de la contundencia: de la que reconocemos ante todo que es una retórica.
Es impresionante, pero esto de tener toda la razón quema como la locura. No estamos acostumbrados y es difícil de manejar. Abruma. Por eso es una situación violenta; y embarazosa. No es extraño que muchos quieran escapar de aquí.
Pienso, por ejemplo, en los que firmaron el último manifiesto equidistante. Entre ellos estaba la nueva responsable de Opinión de El País, Máriam Martínez-Bascuñán. Hace unos meses nos contó a unos cuantos en Málaga, cuando vino al Aula de Pensamiento Político que dirige Manuel Arias Maldonado, que la brevedad de sus columnas la obligaba a una concentración verbal que resultaba más asertiva de lo que le gustaría. Ese rechazo de la asertividad es un rasgo saludable... salvo que, para poder ejercerse, postule una equivalencia entre dos bandos que no son equivalentes.
En el caso del procés, los equidistantes que no son independentistas tratan de restaurar un paisaje racional que es ilusorio: postulándoles una razón a aquellos que no la tienen, porque la han perdido. Daniel Gascón recuerda en El golpe posmoderno que para Christopher Hitchens “la tarea del intelectual es mostrar la complejidad de las cosas, atender a la gama de grises”, pero que hay casos en que debe consistir “en trazar una línea entre los grises, en hacer distinciones esenciales y sencillas”.
A los que estamos contra los independentistas nos ha caído toda la razón, y nuestra responsabilidad es asumirlo. La experiencia, además de embarazosa y violenta, es sumamente desagradable. Hemos sido devueltos a una situación antigua. Nos hace parecer energúmenos, tan cargados de certeza. Pero al final es el mejor favor que les podemos hacer también a ellos. Los delirantes no necesitan consentimiento de su delirio, sino una frontera de racionalidad.