Ahora, por lo menos, tenemos una cifra. 20%. Ese es el porcentaje aproximado de ciudadanos barceloneses que afirman querer votar por segunda vez a Ada Colau en las elecciones municipales de 2019. Un 4% menos que en 2015. Suficiente, en cualquier caso, para conservar la primera plaza por delante de un Cs que todavía necesitaría un pequeño empujón más (¿Manuel Valls?) para arrebatarle la victoria al partido de Colau.
Uno de cada cinco ciudadanos es, en cualquier caso, bastante más de lo necesario para convertir una idea cualquiera en hegemónica. Algunos estudios han intentado averiguar cómo se forman las mayorías. Uno del Instituto Politécnico Rensselaer sostiene la tesis de que sólo es necesario que un 10% de ciudadanos defienda una idea X para que esa idea X se convierta en dominante. La única condición para ello es que ese 10% esté altamente fanatizado.
Es obvio para cualquiera que no ande carcomido por la ideología que el de Ada Colau ha sido un gobierno cancerígeno para Barcelona. Tres años y medio después de su victoria, todavía nadie en Barcelona sabe cuál es el modelo de ciudad de Ada Colau, una activista que llegó al Ayuntamiento ayuna de experiencia laboral y cuyas primeras medidas consistieron en colocar en el consistorio y en sus aledaños a radicales con escasa o nula experiencia en gestión pública (Janet Sanz, Gerardo Pisarello, Vanesa Valiño, Laia Ortiz, Gala Pin, Jaume Asens o el propio marido de Ada Colau, Adrià Alemany).
Que el modelo de ciudad de Ada Colau sea un enigma no quiere decir que no se conozca, y muy bien por cierto, todo aquello que le gusta y no le gusta a la señora alcaldesa.
En el apartado del "no le gusta a la señora alcaldesa", la Guardia Urbana, el turismo barato, el turismo caro, el turismo cultural, los cruceros, los hoteles, las empresas, Airbnb, Uber, Cabify, las floristerías, las terrazas, los bares, los restaurantes, los nuevos comercios, los viejos comercios, el mantenimiento de los nichos del cementerio de Montjuïc, el derecho de propiedad, la clase media, la seguridad física de los ciudadanos, la seguridad jurídica de los ciudadanos, los bolardos, la paz social, los festivales, las convenciones, las ferias, los congresos, la Agencia Europea del Medicamento, la cultura, el trabajo, la compostura, el Rey, el Estado de derecho, la Constitución, los jueces, la Selección española de fútbol, las leyes de tráfico y las leyes en general.
En el apartado del "sí le gusta a la señora alcaldesa", los manteros, los campamentos espontáneos del turismo de borrachera en los parques públicos, el chabolismo urbano, los escraches, los narcopisos, las inspecciones reiteradas en los comercios legales, la teoría del delincuente como víctima, la teoría del decrecimiento económico, los antisistema, el asistencialismo sin contrapartidas, la impunidad, saltarse las leyes que no le gustan, los impuestos, aparcar sobre la acera y obstruir el paso de sus vecinos, cerrar calles por capricho, irse de vacaciones en plena crisis ciudadana, las prohibiciones, las huelgas, la okupación de espacios públicos, la okupación de propiedades privadas y, sobre todo, la remodelación del Camp Nou.
"Estamos desesperados" me decía el lunes un grupo de comerciantes del barrio de La Ribera. "La delincuencia, el caos y la presión del Ayuntamiento con inspecciones, multas y regulaciones absurdas son insoportables. La degradación acelerada de la ciudad es un hecho y los cierres de comercios se multiplican. Se están empezando a publicar reportajes en la prensa internacional donde se presenta Barcelona como la ciudad más sucia, violenta y antipática de toda Europa, muy por encima de Roma. Y eso nos perjudica a nosotros, que vivimos de la imagen de la ciudad. Si nos quejamos de la degradación, ahuyentamos inversiones y turismo. Si callamos, contribuimos a que continúe. Además, tenemos miedo de las represalias. ¿Y si Colau vuelve a ganar las elecciones? No sabemos qué hacer".
Un 20% de ciudadanos cuya gasolina ideológica es el rencor hacia sus vecinos y la ciudad en la que viven no me parece un porcentaje chocante. Diría que el porcentaje de resentidos sociales en cualquier ciudad europea es, en general, superior incluso a ese 20%. La novedad en Barcelona es que ese 20% ha encontrado un partido y una alcaldesa dispuestos a implementar ese resentimiento como programa de Gobierno. Un partido y una alcaldesa, en definitiva, dispuestos a convertir Barcelona en el campo de pruebas del populismo más extremo.
Si alguien se ha preguntado alguna vez cómo sería una ciudad gobernada por el odio, la Barcelona de 2018 es el ejemplo.