De que la democracia es poco más que procedimiento te convences cuando ves a las elites políticas, financieras y mediáticas británicas abogar por un segundo referéndum del brexit que anule el resultado del primero. "Uno de cada dos británicos querría pronunciarse de nuevo en las urnas" decía el diario El País el pasado 30 de julio. Y añadía "el 48% dice que preferiría seguir en la UE". Milagrosa coincidencia: es el mismo porcentaje de votantes que optaron por el "no" en el primer referéndum (48,1%). Y dado que los porcentajes no se han movido ni un ápice, es posible que se vote por segunda vez, y quizá incluso una tercera y una cuarta y una quinta, hasta que el pueblo vote bien. Momento en el cual los británicos dejarán de votar porque al fin se habrá conseguido el resultado deseado por sus elites políticas, financieras y mediáticas.
También te convences de que la democracia es sólo procedimiento cuando ves al Gobierno de Pedro Sánchez reformar el Código Civil, por primera vez en la historia de la democracia y en abierta desobediencia a la Constitución, por medio de un real decreto ley.
O cuando ves a Podemos y PSOE reformar la ley presupuestaria para esquivar un hipotético veto del PP en el Senado a un nuevo techo de gasto.
O cuando ves al Gobierno autonómico catalán desobedecer una y otra vez las sentencias del Tribunal Constitucional referentes a la enseñanza del español en las escuelas catalanas.
O cuando ves a Ada Colau crujir a sanciones a los comerciantes barceloneses por colocar una maceta con flores frente a su tienda mientras incentiva la ocupación impune de las principales avenidas de la ciudad por parte de las mafias de la manta.
Aunque los golpes de Estado a cargo de altos funcionarios del Gobierno están inventados desde el siglo XX (el de Hitler es un ejemplo de manual de ellos) hay que reconocerle al nacionalismo catalán haberle descubierto a la izquierda española del siglo XXI la vía para esquivar esa molesta barrera de acceso al poder llamada "Estado de derecho". Esa mosca en la sopa del fascismo sociológico contemporáneo.
La vía consiste en construir poco a poco un régimen político, social, mediático y cultural fuertemente clientelar. La segunda fase, una vez cebado ese régimen con las morcillas financieras del presupuesto público, estriba en dejar que los principales beneficiados de ese Estado paralelo justifiquen sus privilegios en una hipotética superioridad moral, intelectual, económica, cultural o racial sobre los ciudadanos ajenos a él.
El siguiente paso es obvio. Consiste en forzar los límites del Estado de derecho, de la separación de poderes y de la Constitución en la confianza de que ninguna hipotética crítica exterior, por racional y fundamentada que sea, logrará penetrar la burbuja de impunidad en la que medra el mencionado régimen clientelar. Y es ahí, en ese exacto microclima de bula general, donde uno puede irse de conciertos en avión oficial, abandonar a comunidades enteras al capricho del cacique regional de turno, torearse la Constitución o puentear al poder Legislativo sin que apenas le tosa un solo acólito.
Existe un símil beisbolístico con el que el progresismo estadounidense con cerebro (no todo es Hillary Clinton, apropiacionismo cultural y políticas de la identidad) suele atacar las teorías meritocráticas del conservadurismo: "Creen que han bateado un home run cuando han nacido en tercera base". Algo así le ocurre al socialismo español: cree haber alcanzado la cima de la superioridad moral por mérito propio cuando arrancó la escalada en un campamento base a diez metros de la cumbre y con sus rivales al pie de la montaña.
Debería ser consciente el socialismo de esa vieja constante histórica que dice que a una revolución de signo X le será opuesta tarde o temprano una revolución contraria de signo Z y de intensidad aún mayor que la primera. Ha sucedido antes en España y volverá a suceder pronto si el camino que ha empezado a recorrer el PSOE junto a Podemos y los nacionalistas vascos y catalanes en dirección a la ruptura de los consensos democráticos, jurídicos y morales del 78 no es desandado en breve. Abierta la puerta de la ruptura del contrato social, es cuestión de tiempo que ese portal sea atravesado en breve por otro tipo de fuerzas ideológicas. Suerte tendrá la izquierda en este país si esas fuerzas son sólo las de Ciudadanos, el PP y VOX.