La de ayer fue la última Diada autonómica antes de la próxima Diada autónomica, o la penúltima antes de la última antes de la siguiente última Diada autonómica, que será la de 2020, que a su vez será la última Diada bajo el yugo español antes de la siguiente última Diada antes de la última Diada autonómica. En términos matemáticos, la "última Diada autonómica" periódica.
Es bastante probable que Cataluña jamás sea independiente mientras Europa siga en pie y que todas las Diadas de las próximas décadas sean tan autonómicas como la primera de 1980. Entre otras razones porque ni siquiera los propios nacionalistas desean la independencia. Sí desean desearla, que es algo diferente y bastante más cómodo.
Si Torra abre las cárceles (no lo hará) podremos ver a Junqueras acurrucarse en una esquina de su celda y negarse a salir de ella, no sea que le agraven la condena. No habría mejor metáfora para el independentismo catalán, el único del planeta que reza cada día para no conseguir sus fines. Esos rezos son los cánticos y los eslóganes independentistas: placebos que le permiten al paciente imaginarse parte de una verdadera revolución sin los riesgos tradicionales asociados a las verdaderas revoluciones. Básicamente, la muerte violenta.
Ocurre cada 11 de septiembre, pero sigue siendo llamativo. Al igual que los locos, creen los nacionalistas que repetir los mismos rituales año tras año tras año tras año acabará conduciéndoles a un lugar distinto a aquel en el que cayeron hace doce meses. El FC Barcelona tuvo que contratar a un extranjero que ni siquiera hablaba catalán (a duras penas hablaba holandés) para cambiar la historia de un club tradicionalmente segundón y cuyo lema extraoficial era "este año tampoco". Si sigue siendo hoy en día un club de elite es gracias a Messi, otro extranjero que no hablaría catalán ni que le metieran un ejemplar del diccionario Pompeu Fabra por cada oreja. Nadie en la región parece haber aprendido la lección.
Como es obvio para cualquier inteligencia mediana, la actual decadencia política, económica y cultural de Cataluña sólo será frenada por un extraño educado a cientos de kilómetros de las montañas y los bosques de la región, allí donde no llega la pestilente lluvia fina de la inmersión lingüística y resulta imposible sintonizar TV3. Pongamos por caso Inés Arrimadas o cualquier otro jerezano impermeable a los complejos de mal catalán del PSC, ese tío Tom del catalanismo.
Tanto tiempo, en fin, comparándose con los palestinos y va a resultar que los nacionalistas catalanes tenían razón: catalanes y palestinos son dos ejemplos de libro de pueblos incapaces de gobernarse solos. Sólo un virrey procedente de la metrópolis les salvará de ellos mismos.
Déjenme que les hable de Los Teletubbies, porque me vienen al pelo de lo que quiero contarles. Quizá lo consideren ustedes un programa infantil más. Error. Los Teletubbies son una obra maestra de la televisión y la cima de la sofisticación educativa. El primer programa infantil diseñado de acuerdo a criterios científicos y no a partir de teorías pedagógicas magufas. No estoy siendo irónico.
Los Teletubbies nacieron cuando su guionista y creador Andy Davenport, experto en lingüística, realizó un estudio en varias guarderías de Stratford, un barrio al este de Londres. Gracias a él, Davenport llegó a la conclusión de que los bebés son incapaces de procesar instrucciones formales y que el primer paso para llegar a ellos es enseñarles las reglas del lenguaje.
Los Teletubbies no hablan en un lenguaje inventado o en una cháchara aleatoria. Hablan en un lenguaje que los adultos no entendemos, pero los bebés sí. Los Teletubbies tienen su propia gramática. Como se explica en este artículo del diario The Independent, cuando el molino se mueve, los niños saben que va a pasar algo. Cuando los Teletubbies dicen "otra vez, otra vez", los niños saben que se avecina una repetición exacta de lo que acaban de ver hace apenas unos segundos. Cuando el bebé de los Teletubbies ríe, los bebés que ven el programa entienden que eso que acaban de ver es gracioso, y ríen a su vez.
El motivo último de la repetición continua en Los Teletubbies es proporcionarle al niño una zona de confort intelectual. Sometidos a cientos de confusos estímulos diarios, los bebés se sienten seguros viendo repeticiones rutinarias de las mismas imágenes. Los signos que anuncian una nueva repetición, y la confirmación posterior de ello, permiten a los niños aprender las reglas de la deducción lógica.
Explica el artículo de The Independent una anécdota interesante. Dice Davenport que uno de los capítulos de la serie mostraba a un grupo de animales marchando en fila de dos al son de una música repetitiva. Los padres se quejaron. "¿Por qué no aprovechasteis para enseñar los nombres de los animales a medida que aparecían en pantalla?", les reprocharon.
"No entendieron nada", dice Davenport. "El objetivo de la escena no era enseñar los nombres de los animales, sino el propio ritmo. El ritmo es esencial en el aprendizaje del lenguaje, a la hora de comprender cómo funcionan los turnos e incluso para el aprendizaje posterior de las matemáticas".
Los Teletubbies son tan incomprensibles para un adulto como meridianamente lógicos para un bebé, de igual manera que la Diada es incomprensible para un adulto racional pero meridianamente obvia para un bebé de la política como un nacionalista. De ahí la repetición incansable, los ritmos machacones, las ceremonias con soniquete y los signos (lazos, esteladas, antorchas, masas compactas, palabras clave como 'opresión' o 'facha') que señalan cuándo llorar, cuándo indignarse, cuando abuchear, cuando mostrar dientes, cuando mantener prietas las filas y firme el ademán.
Hay que interpretarlo correctamente. La Diada son dos millones de lactantes de la democracia aprendiendo las reglas básicas del lenguaje que usarán en el futuro. El del fascismo.