Si cuando Albert Rivera dijo que había dudas sobre su tesis doctoral el presidente Sánchez no hubiese perdido los papeles, habríamos podido pensar que los rumores sobre ella eran malintencionados. Si, cuando Rivera le habló de su trabajo de investigación, el doctor Sánchez hubiese conservado la calma contestando que esa misma tarde tendría sobre su mesa el original para que pudiese examinarlo, habría ganado por KO. Pero Sánchez no hizo eso. Sánchez perdió el color, apretó los dientes, se levantó, se sentó, balbuceó, mintió (dijo que su tesis estaba colgada en Teseo, lo cual no era cierto) y, por fin, nos miró con el dedo tieso y los ojos extraviados escupiendo cuatro palabras: “Os vais a enterar”.
La dinámica gestual tiene un peso específico: el rostro del presidente no era el de la dignidad ofendida, sino la cara descompuesta del que tiene mucho que ocultar y le han quitado de golpe la manta de las vergüenzas. Su reacción no tenía que ver con la paz turbada del que tiene la conciencia tranquila, sino con la del que ha sido pillado en falta. Ese “Os vais a enterar”, con el dedo levantado, no es sólo el gesto más macarra que he visto en el Congreso, sino el remache de un clavo. Si no hubiese tenido ya muchas sospechas sobre la intrahistoria de la tesis de Sánchez, habrían surgido en ese momento en el que nos miró a todos con el dedo enhiesto y los ojos del que está dispuesto a apretar el botón nuclear.
La alegría con la que el Gobierno de doctor Sánchez encara las trampas universitarias se resume en el comentario de la ministra de Educación/portavoz, que puso a Carmen Montón como ejemplo de honestidad por dimitir tras ser pillada en fraude clamoroso. No, señora Celaá: una persona que ha fusilado su trabajo de fin de carrera no es un ejemplo para nadie. Que la ministra de Educación quite hierro a la peor fechoría que se puede cometer en la vida académica deja claro en manos de quién está la cartera. Por cierto, estoy esperando a que el ministro de Universidad (quien creo que ya se ha arrepentido de haber alunizado en la política con este Gobierno y este PSOE) diga algo sobre el disparate.
Habían pasado sólo unas horas de la pregunta que había hecho entrar al presidente en combustión espontánea cuando su equipo decía dar “por zanjado” el tema de la tesis. No es tan fácil, señores. Esto ya ha trascendido a ustedes y a sus palmeros. Hay demasiadas sospechas como para despejarlas a golpe de turnitin.
Ninguna acusación de plagio se solventa en una tarde: analizar una tesis para saber si está copiada va mucho más allá de pasarla por un programa de detección de coincidencias: hay que estudiarla minuciosamente, sea para confirmar las sospechas o para despejar todas las dudas. Por eso el doctor Sánchez debe someter su tesis a un escrutinio más allá del programa que, según los expertos, es sólo una de las fases en un estudio de localización de fraude.
Sánchez tiene que venir al Parlamento a explicar desde la abracadabrante composición de su tribunal (integrado por varios amiguetes de mediocres carreras académicas) a cómo pudo redactar su trabajo en un tiempo récord. Y, sobre todo, a hablar de las sospechas de plagio que crecen como una mancha de aceite por más que un ejército de hooligans proclame lo contrario.
Porque el doctor Sánchez no es uno de esos estudiantes beneficiados por los infinitos coladeros de la Universidad española. Es el presidente del Gobierno. Y debería ser el primer interesado en aclarar en sede parlamentaria cualquier indicio de engaño.