José María Aznar no conocía a Francisco Correa, el cabecilla de la Gürtel, aunque fue uno de los invitados a la boda de su hija. Tampoco sabía que el partido político que presidió, y al que ha regresado con fuerza, dispusiera de una caja B, aunque el tribunal que juzgó esta causa acreditó lo contrario. Eso dejó dicho en el Congreso. Pero, antes de abandonar la comisión de investigación sobre la financiación ilegal del PP, también dejó dicho –se lo transmitió a él- que Pablo Iglesias es “un peligro para la democracia”.
La verdad es que el mundo está lleno de peligros. Hasta en Iowa los hay, como tristemente acabamos de comprobar, a pesar de que es el lugar al que te envían en EEUU si lo que quieres es tranquilidad y sosiego, si lo que deseas es que no pase absolutamente nada.
Es cierto que también las democracias corren peligros, como los que sufren cuando las agitan los terroristas, o cuando a los militares de algunos países no les gusta lo que vota la gente. Pero, por muy desafortunado que esté Iglesias a veces, y desde luego lo está, su participación en la política nacional –se equivoca Aznar- no amenaza nuestra democracia. Al revés, la fortalece, como lo hace todo aquel que desde el ámbito político plantea unas propuestas que, buenas o malas, caben bajo la Constitución que nos rige.
Sí es un peligro para nuestra democracia la constante erosión de la credibilidad de los políticos. Probablemente, nunca en las últimas décadas ha estado tan baja la fe de la ciudadanía en aquellos que la representan. Esa desconfianza tan contundente se la han ganado sobradamente muchos de esos a quienes votamos a base de incumplimientos y actuaciones, cuando menos, de dudosa honorabilidad.
Al Gobierno del PP lo desalojó la corrupción. El de Sánchez llegó con la promesa de convocar unas elecciones que no van a llegar hasta que la obligación legal lo exija. Por supuesto, persisten las dudas sobre el doctorado del presidente del Gobierno, aunque él se haya apresurado a dar por zanjado el asunto. Y continúan las sombras sobre los insólitos logros académicos del líder de los populares, Pablo Casado.
Iglesias sobrevivió a la crisis de su chalé, pero salió muy tocado de Galapagar. Y Albert Rivera, en lo que Ciudadanos calificó de un error sin intencionalidad, no es en realidad doctorando en Derecho Constitucional en la Universidad Autónoma de Barcelona, como hasta hace poco informaba su currículum: hizo los cursos, pero no los culminó con la tesis correspondiente.
Los peligros para la democracia están más cerca de que el presidente del Gobierno acepte participar en una invasión a otro país al considerar, erróneamente, que existen armas de destrucción masiva en ese lugar, y que su líder pretende usarlas. Como hizo nuestro país cuando Aznar era jefe del Ejecutivo. Esos riesgos para el ejercicio de la democracia están más cerca de que tu Gobierno utilice un atajo legal para garantizar los Presupuestos, evitando así un potencial veto de un Senado que no controla y que, en esta ocasión, no va a poder ejecutar su labor como le correspondería naturalmente. Como está haciendo, ahora, el Gobierno de Sánchez.
Los peligros para los demócratas están en actuaciones que zigzaguean a través de la ilegalidad sin llegar a serlo, por puro tecnicismo. Los riesgos que azotan a los demócratas se hallan en currículums hinchados o falsos, en tarjetas black que despilfarran dinero público, en regalos de terceros aceptados alegremente con la expectativa de una contraprestación posterior. Pero en ningún caso hay que buscarlos entre quienes defienden el debate político y demandan votaciones.