Al ofrecer esperanzas de impunidad vía indulto, o al sumarse a las presiones sobre Llarena cuestionando su criterio sobre la prisión preventiva, el Gobierno está despertando a un separatismo sedado. Seguir a Iceta en esto constituye el mayor error de un Ejecutivo que no da una.
Atravesado el golpe de Estado, constatados la fractura social, la deslealtad institucional y el seguidismo funcionarial, ¿piensan aún en términos de “solución” al problema catalán? Antes de que huya el lector, permítame tranquilizarle: no traigo fórmulas de resignación orteguiana, de las que descreo. Traigo esto: todo está en el método, y fuera de la ley no hay más que barbarie, fuerza bruta y odio desatado.
¡Válgame Dios, cuántos modos de intentarlo! Argumentos de todos los colores, texturas y tonos para desaconsejar el apaciguamiento como forma de trato con el amenazante que se sitúa fuera de las coordenadas constitucionales. Dentro de mis responsabilidades, he ensayado —y reconozco la fatiga, aunque esta nunca decidirá por mí—, todos los razonamientos concebibles para alertar contra el golpe (primero), reflejar y reprochar la enormidad del mismo (mientras) y conjurar la reincidencia (después).
Es mi convicción que esta insurgencia secesionista, que amenaza a Europa no menos que a España, esta indignación artificial fundada en falsos agravios y en odiosos libros de texto, esta violenta revolución de las sonrisas, auto complaciente, obcecada, sentimental hasta la obscenidad, esta revolución supremacista de menestrales envidiosos, concebida de arriba abajo, de arriba abajo mantenida por delincuentes económicos con problemas y en busca de escaqueo; esta degradante e ingrata sublevación debe ser sofocada con la ley, desde la ley y por la ley.
Sin embargo, el Gobierno de España más débil que recuerdan los tiempos tiene un problema estructural, de nacimiento: si actúa como debe, cae, pues está ahí porque los partidos golpistas quisieron; no es tan difícil de entender.
Por eso Batet, Borrell, Calvo, el comprensivo Ábalos y la delegada del Gobierno en Cataluña le acercan, mano desnuda, un filete de impunidad al tigre. Es su plan. Pero es desesperado. Y, lo que es peor, con él contribuyen al maltrato de unos jueces y magistrados señalados y acosados hasta lo personal y hasta lo familiar. Amén de errado y temerario, el plan Iceta es antidemocrático e inmoral.
Salvo que recurramos a etiologías psicológicas, que no me interesan, no se explica ese afán de pasar un día más, un mes más en la Moncloa. No hablamos de años, doctor Sánchez, y no hay proyecto posible. No hay nada.