Las casualidades no existen en política. Así que cabe preguntarse por una circunstancia singular: ¿por qué resulta tan fácil entrevistar hoy a Oriol Junqueras y tan difícil a Pedro Sánchez? Uno está en la cárcel a la espera de ser juzgado por un delito muy grave y el otro es presidente del Gobierno.
La lógica indica que un reo procesado por rebelión no debería tener fácil acceso a la prensa, para evitar la difusión de propaganda y el riesgo de que sus manifestaciones contribuyan a crear un clima de presión a los jueces; y al contrario, parece que lo razonable es que el presidente de un país se prodigue en los medios para explicar la labor de su Gobierno. No es el caso de España.
El último en recoger las generosas manifestaciones del líder de Esquerra Republicana ha sido Televisión Española. Antes lo han hecho TV3, Catalunya Ràdio, Rac1, La Vanguardia, La Razón... A Sánchez, en cambio, sólo le ha podido entrevistar por ahora Ana Pastor en La Sexta. Para de contar. Y eso después de que dos periodistas de esa cadena, Javier Sardà y Jordi Évole, visitaran a Junqueras en diferentes momentos y trasladaran sus impresiones a la audiencia.
Llama la atención, también, el tono conciliador de los mensajes que Junqueras aventa desde prisión. Nadie diría que fue él quien manifestó, resuelto, "dadme 68 diputados y proclamo la independencia", o quien, en las horas cruciales del procés, presionó a Puigdemont para que no diera marcha atrás, conminándole a "asumir el riesgo de la libertad".
Más allá de las citas con la prensa, el presunto golpista -dicho sea sin carácter peyorativo y exclusivamente por fidelidad a los hechos descritos por el instructor- ha recibido en su celda a decenas de personajes públicos: Ada Colau, Urkullu, Otegui, Juan Rosell, Joan Manuel Serrat... La lista es interminable. ¿Qué se está consiguiendo con ello? Que a la vista de todo el país, el político preso Junqueras vaya transformándose, de facto, en el preso político Junqueras.
Sánchez otorga. Y calla.