Muchos libros, con cierta dosis de frivolidad, ponen la de Eslovenia como paradigma de guerra civilizada. Es cierto que sólo duró diez días. En ese tiempo cayeron en combate únicamente sesenta personas. También hubo centenares de heridos, pero supongo que eso ya no cuenta: una pléyade de lisiados es lo menos que puede esperarse de una guerra.
Anteayer, Torra pidió para Cataluña el mismo proceso que para Eslovenia en su separación de Yugoslavia. Torra quiere una contienda rápida, limpia, un visto y no visto, un paseo militar. El ejemplo de Eslovenia le nubló la visión mientras preparaba un ayuno ritual. Supongo que, en su profunda ignorancia, cuando piensa en Eslovenia, Torra sólo tiene presente las terrazas floridas de Lublijana, los pueblos de postal, o el mar transparente en Capodistria, Pirano y Portoroso.
Torra no sabe lo que es Eslovenia, lo que es una guerra, lo que es la historia, pero sesenta muertos son sesenta dramas multiplicados hasta el infinito. Sesenta vidas segadas, sesenta madres y sesenta padres destrozados, centenares de jóvenes perdiendo a sus amigos, miles de personas a las que la tragedia tocó más o menos de cerca y cuyas vidas ya ni podrán ser iguales.
Una guerra nunca es la solución de nada, ni puede usarse como ejemplo. Imagino que Torra, en su estulticia, en su egoísmo, ya ha decidido que los muertos los pondrán otros. Que serán otros padres los que llorarán a sus hijos. Otros hermanos los que enterrarán a los suyos. Torra ha asumido por todos el sacrificio ajeno, y por eso pide para su tierra lo mismo que tuvo Eslovenia. Sesenta muertos. Muchos heridos. Y dramas sin nombre a los que algún mentecato quitará importancia en un futuro.
Anteayer Torra preparaba la maletita con el pijama para el retiro de Montserrat y pensaba que el que algo quiere, algo le cuesta. Mientras, los CDR campaban a sus anchas, cortaban calles y carreteras, coartaban libertades y condicionaban la vida de otros, pero ahí está Eslovenia y mira qué bien les ha ido, o eso es lo que dice el jefe.
Hace años, en la universidad de Oxford, conocí a un chico esloveno. No recuerdo cómo se llamaba, pero sí que parecía siempre triste, como si estuviese a punto de echarse a llorar. Las guerras, por cortas que sean, son siempre violentas y crueles, y traen de la mano un dolor que se reparte sin mirar. No sé si Torra ha elegido ya de qué lado caerá la primera víctima de su batallita, pero uno de los primeros muertos de esa guerra en la que busca reflejarse fue un joven de veintitantos años que pilotaba un helicóptero. Y, miren por dónde, era esloveno.