Recordar este año es recordar la moción de censura, ese respiro de Rajoy que España sintió unas horas cuando lo mejor aún estaba por venir. Un alivio del Estafermo que duró poco. Después llegaron los minutos de gloria de los ministros estrella, que fueron apagándose como unas galaxias con sociedades interpuestas: con mucha lengua y poco criterio. Así en el Rianxo como en la Estación Espacial...
El año que volvió Sánchez fue el año del pascuero, el año en el que los CDR se consagraron en cofradía malota. La reencarnaciones de Sánchez le salen caras a España, y de ahí el realismo mágico del CIS de Tezanos.
Es innegable que, en el año que va terminando, a España le salieron canas en salva sea la parte. Quien mira la actualidad fue envejeciendo día por día, hora por hora, Celáa por el 24 Horas. En este país los lobbies gritan mucho, pero menos mal que hay caza y hay toros. Los asesinos son los de siempre, remozados, acaso porque desde Puerto Hurraco aquí se ha evolucionado poco.
En este año que termina aún nos duele aquella estampa y aquel cartelazo de Bienvenidas, en español, inglés y valenciano a unos náufragos que olvidaron leer en la travesía salada del mar. Fue cuando el Aquarius y cuando Sánchez nos quiso colar que él era Europa y era solidaridad: el calentón de la filantropía le duró a Sánchez hasta el primer cartel oficial del Festival de Benicàssim.
España acaba el año como el Rey, con esa inquietud que le quiebra la voz y el día a día. El año de los 40 años de la Constitución no hubo apenas un recuerdo, quizá porque con Carmen Calvo, como con Bonaparte, el tiempo y la vida tienen otra nomenclatura. Felipe VI omitió hacer referencias al follón catalán y mencionó el diálogo: como si hablando, Torra y sus camisas negras pudieran atenerse a razones humanas. El mismo Rey que salió en aquel octubre, el día Nochebuena fue blanco, tan blando, que se diría todo de algodón.
2018 fue y está siendo el año en que a los golpistas los acercaron a casa y le dieron papel oficial, despachito, calefacción y una cómoda promesa de amnistía. También conocimos a Torra en su vida más íntima y la más pública. Va convirtiendo Cataluña en Kosovo y muchos callan, o hablan poco. O temen. Dios nos libre de los mansos y de los melifluos.
El año en que vendieron a España a Torra pudimos hacer grandes cosas, pero alguien dijo de quedarnos catatónicos, no hicimos nada y así seguimos.
El pascuero de Pedralbes es un signo, una metáfora de un tiempo y de un país que puede ir a peor. Este año hemos doctorado a Iván Redondo, un buen vasallo si oviesse buen señor. Y eso, entre otras maravillas.