“Don’t you forget about me, I’ll be alone, dancing alone”. Keith Forsey
Andalucía es una de las regiones de Europa con mayor potencial económico. Sus empresarios y autónomos son héroes, soportando una de las cuñas fiscales más altas de España y de la OCDE. Sus contribuyentes son verdaderos ejemplos de paciencia. Han sufrido el expolio fiscal constante y, con ello, una gestión de los recursos públicos deficiente, confiscatoria y clientelar.
El triste legado que dejan casi cuarenta años de socialismo es una región que, según la Unión Europea, se encuentra entre las más pobres (al bajar su PIB por debajo del 75% de la media en 2017), es campeona en paro (22,9%) con un diferencial de paro estructural promedio de 14,5 puntos porcentuales con respecto a Europa y de 7,6 puntos porcentuales con respecto a la media española durante los últimos quince años.
La región muestra pobres cifras en materia educativa. El informe PISA y el de Diferencias Educativas Regionales de la Fundación BBVA concluyen que Andalucía es la comunidad con más número de repetidores en Educación Secundaria Obligatoria, su tasa de abandono escolar es cinco puntos superior a la medida nacional y el rendimiento de los escolares de 15 años es el más bajo de España. Y los estudiantes andaluces no son menos inteligentes o con menor potencial que otros, todo lo contrario. Tienen en su mayoría excelentes cualidades, creatividad, talento, iniciativa individual y capacidad, pero no se potencian en el sistema educativo. Todo ello se puede y debe mejorar con una política educativa orientada a la excelencia, no a “igualar a la baja”. No se soluciona aprobando con un suspenso, sino potenciando el mérito y excelencia individual.
No es por falta de fondos. Andalucía ha recibido desde 1986 más de 100.000 millones de euros en fondos de la Unión Europea, además de ser la región donde más ha invertido el Estado desde 2008 (26.100 millones entre 2008 y 2017), y recibir de la caja común de solidaridad territorial el equivalente al 4% de su PIB.
Casi cuatro décadas de socialismo no solo han dilapidado esos fondos, sino que han convertido a Andalucía en un auténtico infierno fiscal y burocrático. La cuña fiscal a empresas y familias se sitúa entre las más altas de España, según el Registro de Economistas Asesores Fiscales (REAF) y Civismo. En IRPF, el mínimo y máximo son más altos que la mayoría de las comunidades autónomas y la presión fiscal es 1,3 puntos superior a la media nacional. Los contribuyentes de la región pagan más en IRPF, Actos Jurídicos Documentados, Transmisiones Patrimoniales, Patrimonio, Sucesiones, Donaciones, etc. Adicionalmente, Andalucía se sitúa como una de las dos comunidades autónomas con mayor intervencionismo y menor índice de libertad económica, según estudio de Cabrillo, Albert y Biazzi.
Criticar estas evidencias no es atacar a Andalucía, es defenderla. Lo que ataca a Andalucía es el modelo de paro e intervencionismo impuesto desde la Junta.
Todo para sostener el ¿Estado de bienestar? No. El bienestar burocrático. Del total de gasto social de 2017, 29.625 millones de euros, solo el 50,5% se dedica a protección ciudadana, dependencia, sanidad y educación. Más del 45% se va a gastos varios e imaginativamente divididos que esconden un gasto político cifrado en 6.000 millones de euros y casi 24.000 puestos.
Según reconoce la propia Junta, para la administración paralela trabajan 23.899 personas. La Cámara de Cuentas de Andalucía muestra que los contratados en entes instrumentales de la Junta han aumentado constantemente hasta 2018 mientras se recortaba en sanidad, por ejemplo. Precisamente aquellos que defienden lo público deberían estar indignados ante la creación de administraciones paralelas y entes instrumentales pagados con mayores impuestos.
¿Se han visto mejoras? Por supuesto. Solo faltaba que esa cantidad ingente de fondos hubiera hecho que todo empeorara. Pero relegar a una región de enorme potencial y talento a resignarse a ser “aceptable entre las peores” es simplemente inaceptable para los que conocemos el valor y potencial de Andalucía.
Ahora, con el final del gobierno socialista, llega una enorme oportunidad y nada fácil de implementar.
Las bajadas de impuestos propuestas en el acuerdo anunciado esta semana son una parte, pero no suficiente. Debe reducirse más la presión fiscal y también la burocrática. Y se cumplirá con el déficit y los compromisos presupuestarios eliminando entes instrumentales innecesarios.
Debe eliminarse la administración paralela, ya que no se pudo llevar a cabo en los años de coalición Ciudadanos-PSOE. Desde marzo de 2015 hasta 2018, las sociedades públicas, agencias empresariales, fundaciones y consorcios aumentaron personal en casi 850 personas. Se ha demostrado en muchas ocasiones que cerrar entes deficitarios sufragados con enormes impuestos no aumenta el paro, sino que lo reduce, porque el efecto depresor sobre el empleo es mayor que lo que contrata.
Cuando una región tiene un potencial tan amplio, cercenado durante décadas por la bota intervencionista, la oportunidad es triple: atraer muchas más empresas, facilitar la contratación y eliminar los incentivos perversos. De esa manera no solo se garantizan los servicios públicos, sino que se termina con la espiral negativa que pone escollos al crecimiento.
Andalucía ha demostrado que sus empresas y sus ciudadanos son tan buenos o mejores que cualquier comparable… cuando les dejan. Que la región tiene talento y potencial para compararse con los mejores, no con los más pobres de Italia. Que son capaces de crear valor, empleo y crecimiento, de investigar y generar patentes como nadie, cuando les dejan.
Andalucía ha sufrido un sistema que penalizaba el éxito y subvencionaba el clientelismo.
Andalucía no solo puede ser una de las regiones más ricas e innovadoras de Europa, que incentiva el talento y el éxito desde un modelo facilitador, no entorpecedor. Puede ser el motor de crecimiento de Europa y entrar en las regiones más ricas y con menor paro.
Todos y cada uno de los ciudadanos de Andalucía se pueden beneficiar de un cambio en positivo. Talento, sobra. Intervencionismo, también.