Punto de inflexión: Cambridge Analytica, una empresa de consultoría política, recopiló información privada de más de 87 millones de perfiles de Facebook sin que la red social alertara a los usuarios.
Hace tiempo que hemos asumido el hecho de que para participar en las redes sociales debemos perder nuestra privacidad. Sacrificamos partes vitales de nuestra información personal para poder amplificar nuestra voz, acariciar nuestro ego y conectar con una tribu virtual. Pedimos a la escritora Maggie Shen King que explorara una distopía gobernada por los datos, y ella contestó con un microrrelato:
Sofie no entendía por qué la puja se había detenido hacía una semana. Su base de datos de 87 millones de registros de Facebook era el arma del siglo. La cantidad de información personal almacenada convertía el spear phising en un juego de niños. Una oferta preventiva debería haber terminado la subasta antes incluso de que empezara.
Comprobó el reloj con la cuenta atrás: 5 minutos, 39 segundos. En las subastas, por supuesto, lo importante son los últimos segundos. No tenía ninguna duda de que había atraído a los jugadores adecuados a su fiesta, así que, ¿por qué estaba la puja estancada en la mitad de lo que debería estar?
Tenía el estómago revuelto. Se pellizcó la muñeca y contuvo el aliento.
Estos registros eran suyos. Fue lo suficientemente lista como para cogerlos antes de que Cambridge Analytica volara por los aires y la echaran a la calle. Lo que ella hacía no era tan diferente de lo que su empresa había hecho a Facebook y Facebook había hecho a sus usuarios. Y si esos usuarios no hubieran dado importancia a recuperar el contacto con los novios del instituto, al ego acariciado al fardar de vacaciones caras y de los prodigios de sus niños, o a un fórum público en el que sermonear a sus políticos, no habrían puesto su información privada ahí fuera.
Los usuarios de Facebook entendieron que debían sacrificar una parte de sí mismos para poder conectarse fácilmente y conseguir el tan ansiado protagonismo.
Sofie se arrancó un padrastro con los dientes. Se había convertido en su padre: había metido la nariz en su antro de jugar al póker y en su negocio de apuestas, vinculado su nombre a una pila de préstamos estudiantiles y declarado su independencia. Pero después de que Cambridge Analytica le diera la patada sin tan siquiera una palabra amable o su última nómina, entendió finalmente que el dinero compra el respeto por uno mismo. Sin respeto por uno mismo, ella no era nada.
Volvió a la web de la subasta, en la dark web. Sin movimiento todavía. Su precio de reserva había sacado a la superficie cuatro ballenas. ¿Mostraría debilidad, o peor, desesperación, enviándoles un recordatorio? No, ella estaba al mando y lo demostraría con un arponazo final, un "hazlo ahora o pierde para siempre" en plena frente. Por encima de todo, lo único que sus pujadores no podían soportar era perder. Ni podían permitírselo.
Empezó con Saeed, su contacto iraní. El spear phising microfocalizado sería mucho más potente que la inyección SQL y los ataques DDoS que habían empleado para inutilizar las páginas web de la banca estadounidense. Su base de datos proporcionaría una serie de puntos de entrada para el malware que desmantelaría los campos petrolíferos saudíes.
Salaam alaikum. Nuestra subasta finaliza en cuatro minutos. Entre tú y yo: los chinos vienen con 1.000 millones para el cierre. Preferiría que ganaras tú. Y clavársela a los infieles estadounidenses pagándome con el dinero de los rescates de sus rehenes. ¿Vas a permitir que sus devastadoras sanciones y la destrucción de tus impagables centrifugadoras a manos de los israelíes queden sin respuesta?
Aguardó una contestación, pero sólo oía el tambor de su corazón. Siguió con Pak, su conexión norcoreana. Su Oficina General de Reconocimiento contaba con la fuerza de al menos 5.000 hackers fuertes y aficionados a ciberataques de fuerza bruta. Su hackeo del correo de Sony Pictures por la parodia que hicieron de su líder supremo había destrozado a la compañía. Con la base de datos de Sofie, podrían bajarle los humos a otras instituciones financieras y agencias militares, lo que les mantendría en la escena mundial, y financiaría, al mismo tiempo, su maltrecha economía.
정식여보세요. Acaba de entrar una puja de 1.000 millones de dólares de tu vecino. Demuestra a tus rivales que no eres el hazmerreír. ¡Larga vida a la fuerza norcoreana, inteligencia impredecible y taimada!
El portátil sonó. Levantó el puño: acababan de abrir sus dos mensajes.
Tres minutos y contando. Sofie siguió adelante y sopesó cuál sería la mejor forma de sacar de quicio a Misha. Representaba a una coalición que incluía al Gobierno ruso, ricos oligarcas y bandas criminales. ¿Debería hacer hincapié en el posible beneficio económico de unir su base de datos al enorme depósito de información de tarjetas de crédito que ya habían acumulado sus mafías?, ¿en la oportunidad de alterar a las fuerzas armadas occidentales, a las infraestructuras eléctricas y bancarias?, ¿en la capacidad de desinformar, dividir y volver a dar forma a las opiniones occidentales? Se fue a por la apuesta más alta.
Приве́т. La subasta por el arma del siglo está llegando a su fin. Los chinos han enviado una puja final. Estoy obligada a aceptarla, pero, eh, yo pongo las reglas. Preferiría que mi base de datos se utilizara para cambiar elecciones y chantajear a los santurrones e hipócritas políticos estadounidenses. Y a los aduladores lameculos británicos. Y a las ratas alemanas. Tienes 90 segundos para conseguirlo.
Cuando quedaban menos de dos minutos, se planteó ignorar a Lao Da. Los chinos la habían cabreado con dos pujas "todo o nada" insultantemente bajas y luego amenazaron con largarse. Sin embargo, volvían siempre, imperturbables. Tenían más recursos que todos los otros pujadores juntos y estaban por encima de las ganancias insignificantes del spear phising. Combinando la base de datos de Sofie con los 22 millones de archivos de la Oficina de Administración de Personal estadounidense en su poder, podían robar propiedad intelectual y secretos militares a voluntad y emplearlos para las operaciones de sus empresas, propiedad del Estado.
Los rusos habían venido a jugar con 1.000 millones muy calculados. ¿Puedes mejorarlo? Tienes 30 segundos para entrar en la puja final.
Observando su reloj correr hacia atrás, Sofie hundió la punta de la Montblanc de la suerte de su padre -la que él había reservado para su segundo juego de libros- en el muslo. Sonrío imaginándolo revolviendo su apartamento buscándola y maldiciendo a Sofie.
A las 00:30, su buzón empezó a sonar. Tenía razón: las subastas se ejecutan en los últimos segundos. Su cuerpo se aflojó, con alivio.
525 millones de dólares puja final, 530 millones de dólares, 505 millones de dólares y 509 millones de dólares.
Estos cabrones estaban confabulados. No sólo habían ignorado su amenaza de los 1.000 millones de dólares, sino que sus pujas eran obscenamente similares. Alguien había desbloqueado la seguridad multicapa de última generación de su sitio y había contactado con los rivales. Evidentemente. Estaba tratando con los mejores hackers del mundo. La cabeza de Sofie latía de ira.
Debería invalidar la subasta y empezar de nuevo. La idea le deprimió. Había tardado casi un año en ocultar su identidad, montar el sitio, correr la voz, investigar a todos los jugadores y crear un impenetrable proceso de verificación. Además, parte de sus datos eran sensibles al tiempo.
Al estar compinchados, todos ellos obtendrían su base de datos, así que, ¿por qué no hacer que cada uno de ellos pagara el precio que ella había fijado? Habían invalidado la subasta. Un nuevo juego había comenzado.
La comisura del labio trazó una mueca hacia arriba mientras Sofie confeccionaba su mensaje. Felicitó a cada jugador por ganar la subasta con la puja que habían enviado y adjuntó un OAuth token, válido sólo durante un minuto, que desbloquearía las claves de encriptado de su base de datos una vez se transfirieran los fondos. De un modo u otro, conseguiría sus 1.000 millones.
Maggie Shen King es autora de 'An Excess Male', publicado por Harper Voyager en 2017. © 2018. The New York Times and Maggie Shen King.