Al PSOE de Pedro Sánchez sólo le queda del PSOE de los años 80 el nombre y ojo con eso porque en España existe el delito de usurpación de marca. Mejor harían aquellos que desean seguir votando socialista en pasarse rápidamente a Ciudadanos, que es el partido en el que hoy militarían Felipe González, Alfonso Guerra, Joaquín Leguina, Celestino Corbacho, Joaquín Leguina, Nicolás Redondo Terreros y hasta Emiliano García-Page, Javier Fernández, Javier Lambán o Susana Díaz si no fuera porque el logo del puño y la rosa todavía sigue arrastrando mucho voto perezoso, es decir conservador, en la España profunda.
Algo parecido ocurre con el PP de José María Aznar, que anda hoy emparedado entre el vector liberal de Ciudadanos y el conservador de VOX. La diferencia entre socialistas y populares, sin embargo, es grande. Pedro Sánchez es heredero ideológico de José Luis Rodríguez Zapatero, ese que anda hoy defendiendo regímenes autoritarios, mientras que a Pablo Casado no se le ha oído todavía presumir, más allá del lógico bienquedismo, de Mariano Rajoy. Ya saben, el que mandó "al partido liberal y al conservador" a los votantes populares liberales y conservadores cuando el PP ya no era ni lo uno ni lo otro y que acabó consiguiéndolo en cuanto aparecieron en el horizonte un partido verdaderamente liberal, Ciudadanos, y uno verdaderamente conservador, VOX.
Échenle un ojo, si no se lo han echado todavía, a las noventa medidas pactadas por PP y Ciudadanos para Andalucía. Porque es el programa de un partido socialdemócrata clásico, con apenas una leve concesión a la derecha en forma de libertad de elección entre enseñanza pública y concertada y de alguna que otra alusión a esos criterios meritocráticos que tanto pavor provocan entre la izquierda. Pavor sólo explicable, por cierto, si se parte de la idea de una supuesta inferioridad genética de pobres, mujeres e inmigrantes en la que no cree ni el más cabestro de los españoles de derechas. El resto de las medidas, aspavientos aparte, podrían ser aprobadas sin roto alguno entre sus votantes incluso por el Podemos de Pablo Iglesias y si el PSOE no las apoya, convirtiendo en innecesario el apoyo de VOX, demostrará que toda su indignación por la llegada de los de Santiago Abascal a las instituciones no es más que melodrama.
Pero si el programa socialdemócrata de noventa puntos pactado por PP y Ciudadanos es relevante no es tanto por socialdemócrata sino porque dibuja con meridiana claridad esa España para la tercera década del siglo XXI en la que andan trabajando Albert Rivera y Pablo Casado. Es decir una España con un partido socialdemócrata (Ciudadanos), uno de centro (PP) y uno conservador (VOX), y en la que al PSOE de Sánchez le corresponda el papel de populismo de izquierdas sometido a un PSC refractario a la Constitución y enfangado en sus tradicionales complejos de inferioridad respecto a los racistas catalanes y vascos. Es decir, respecto a ERC, JxCAT, CUP, PNV y Bildu. El partido de los que se hacen fotos salpimentándole el bacalao a terroristas condenados.
Y es por eso por lo que, de forma solemne y desde las alturas de esta columna, apelo a todos aquellos periodistas a los que tanto admiro para que abandonen la idea de un pacto "constitucional" entre PP, Ciudadanos y PSOE destinado a marginar de las instituciones a VOX, Podemos y nacionalistas vascos y catalanes. Porque el PSOE que tanto añoran ya no existe y porque el engendro que hoy lleva su nombre no es ya un partido constitucional. Dejemos morir en paz al zombi, por caridad cristiana, y asumamos de una vez que la España de 2019 no es la de 1985.