Ese desastre de la gestión y del pensamiento que responde por Pedro Sánchez está ahí porque Mariano Rajoy quiso. No me cansaré de recordarlo mientras duren las consecuencias de aquella negra, inacabable sobremesa madrileña, botella en mano. Uno estaba en el hemiciclo, como es su obligación. Como era la obligación de todos los diputados y ministros; como era, sobre todo, la obligación del presidente censurado.
Ese desastre de la contabilidad y del transporte privado que responde por Sánchez, Pedro, ofreció a Rajoy, Mariano, retirar la moción si dimitía y, por ende, convocaba elecciones generales. Esto funciona así: Rajoy se compromete, Sánchez retira y Rajoy disuelve las Cortes incluyendo la fecha de convocatoria electoral en el mismo decreto. No hay otro orden posible, acuda el curioso al artículo 115 de la Constitución. Pero Rajoy prefirió ser censurado. Es decir, prefirió que Sánchez fuera presidente antes que convocar elecciones. Y se fue a mojar su decisión con el bolso de Soraya guardando el escaño azul.
Ese desastre de las tesis y de la coherencia que responde por presidente Sánchez llegaba, con todo, a hacer lo que Rajoy había evitado: convocar elecciones. Lo prueban dos cosas: que se ahorrara la preceptiva presentación de su programa de gobierno durante la moción de censura (ya que, en teoría, no iba a gobernar sino a administrar la convocatoria electoral), y estas palabras textuales: “¿Nosotros convocaremos elecciones? Sí. ¿Cuanto antes? Por supuesto”.
Ese desastre del compromiso y de la neutralidad que responde por JFK, digo por PS, tenía, por lo visto, cuentas pendientes, y deseaba saldarlas en el ínterin que esconde el “cuanto antes”. “Cuanto antes” significaba pues: en cuanto pose en el avión presidencial con gafas de sol y unos papeles, según el icono kennediano; en cuanto vacile a mi cuñado cerrando el pueblo por su boda y bajándome de un Super Puma; en cuanto despida al equipo que me ha estado criticando en el diario socialdemócrata, de esa venganza no me privo; en cuanto tome el control de RTVE por encima de la ley y de lo que sea; en cuanto ponga a Tezanos a llevar el CIS, me descojono; en cuanto complazca a los mil conocidos, parientes y recomendados del desvergonzado modo que Natalio Rivas —efímero ministro de Instrucción Pública— no pudo permitirse cuando le gritaban durante un mitin en Granada: “¡Natalico, colócanos a todos!”. He ahí el sueño más loco de la Restauración, consumado por el doctor Sánchez. Bueno es él.