Marx murió con la barba afeitada. Estoy hundido, no tenía ni puñetera idea. Esa imagen, la del icono resquebrajado, ha tornado demasiado evidente mi hipocresía: hace tiempo que decidí caminar lejos del marxismo... ¡sin haber leído a su inspirador! Como tantos otros, principalmente políticos que se dicen contrarios al correoso Karl, pero eso no me consuela. Imagino su rostro frío, recién rasurado, y me entran unas ganas irreductibles de leer El 18 Brumario o El Manifiesto comunista. En definitiva: soy culpable.
A Karl Marx le ocurre lo que a Manuel Azaña. Todo el mundo lo cita -pasen cualquier miércoles por el Congreso de los Diputados-, pero casi nadie lo ha leído. Ni siquiera ojeado. Tampoco hojeado. Antonio Machado está a punto de cruzar esa frontera, lo que supondría la muerte de la civilización, pero esa es otra historia. A Marx, por complacerle con un símil cocinado en su entraña, no lo ha leído ni dios. Quizá su amigo Engels, que seguro se saltó algunos capítulos. Si rizamos el rizo, Marx no se leyó ni a sí mismo: cuando falleció no se había publicado la segunda parte de El Capital.
Como por arte de magia llegó a mis manos Todo Marx en píldoras (Renacimiento, 2018), una oportunidad, de apenas trescientas páginas, para solventar mi complejo. Empecé a subrayar y a cargarme de argumentos para coquetear con ese monstruo del lago Ness, ese hombre que -como bien dice el profesor de Estética Antonio Molina Flores- se balancea entre dos circunstancias: la del soñador que piensa y la del pensador que sueña.
Marx, pronto me consolé, es fácil de leer. Salvo cuando da el coñazo con plusvalías, divisiones del trabajo y medios de producción. Afilado periodista, se afanó en disparar titulares. El "cambio" -todos se lo apropian- no tiene ideología. Y Marx es magnífico en su diagnóstico, en el ofrecimiento de otro mundo posible. "Los grandes sólo nos lo parecen porque nos postramos ante ellos, ¡levantémonos!" -esta cita no es suya, pero la empleó a menudo- es un plato muy sabroso para los días de lluvia y sumisión.
Marx merece un hueco por su vitalismo y su concepción del ser pegado a su circunstancia, alejado de conciencias y abstracciones. Decía que la filosofía es la "quintaesencia espiritual de su tiempo" y pronosticó un momento -aún no ha llegado- "en el que establecerá una relación recíproca con el presente".
El hombre es la unión indisoluble entre el espíritu y la carne. Todo lo demás falla. Y acertó: al que vive sólo en espíritu le traicionan las tentaciones de la carne y el que sólo se deja guiar por la sangre siente, de repente, la llamada de la trascendencia. Praxis, praxis y más praxis. Se acabó la filosofía para interpretar el mundo, "ha llegado el momento de transformarlo".
Si Marx no hubiera acabado siendo Marx, habría muchos más marxistas. Aunque quizá el problema estribe en el manoseo del propio Karl por parte de sus acólitos. Sirva este parrafito a modo de enmienda: "La tradición de las generaciones muertas pesa como una pesadilla sobre el cerebro de los vivos. Y hasta cuando parecen ocupados en transformarse, en crear algo no visto aún, es precisamente en tales épocas de crisis revolucionaria cuando evocan a los espíritus del pasado. La revolución social no puede sacar su poesía del pasado, sino del porvenir". Coloquen la cita en el espejo del presente, en el vestidor del comunismo. Les entrará la risa.
Marx también merece la pena por su alegato en favor de la verdad -si él lo cumplió es un jeroglífico que corresponde descifrar a sus biógrafos-: "Hay que caer directamente sobre ella, sin mirar a derecha ni a izquierda". Porque la verdad -desgranó el barbudo muerto sin barba- es universal, nos posee ella a nosotros, y no al revés.
Marx confió en hombres y mujeres, materialismo histórico de por medio, para erigirse en agentes de un futuro más justo: "La historia no hace nada; no posee riquezas ni combate. No es la historia la que utiliza al hombre para realizar sus fines. Los hombres viven para hacer su historia".
Tras tomar estas notas me quedé dormido. Cuando quise seguir tocaban los capítulos correspondientes a la lucha de clases y a la revolución del proletariado. Tuve que poner punto final. De momento, amemos a Marx.