La semana pasada di en el colegio de mis hijos una charla sobre el oficio de escritor. De escritora, en este caso. Ojalá yo hubiera escuchado, a mis dieciséis, a alguien que se dedicara a lo que tanto me apasionaba. No pasó. Los escritores eran un ente bohemio que malvivía en una buhardilla parisina, o un Vargas Llosa. Nada entre los dos extremos. La facultad de Derecho y todo lo que vino después me apartaron de un camino en el que, afortunadamente, me encarrilé décadas más tarde.

Así que vamos a intentar que los chavales no repitan nuestros errores. Que conozcan todas las opciones, que tengan una visión amplia del territorio para poder trazar el mapa que les lleve a su destino deseado. Ellos ya saben que cada día nacen nuevas profesiones, y que las existentes se renuevan, alimentándose de esas nuevas tecnologías en las que ellos se mueven como peces en el agua. Puedes inventarte tu propio trabajo. Reinventarlo. Te dedicarás a muchas cosas, en sitios muy diversos. Imagina la vida que quieres vivir y lánzate a por la opción que te acerque a ese ideal.

Y allá que voy yo muy dispuesta y les pregunto a cuatro de ellos a qué se quieren dedicar. Economía, ADE, Derecho.

Ahá.

¿Y por qué esas carreras? Porque son algo seguro, porque quiero tener dinero para darme caprichos.

Ningún "porque me apasiona", ningún "porque me permitirá dedicarme a lo que me hace feliz".

¿Dónde queréis vivir? En Madrid, dijeron todos, menos una chica que quizás se iría al norte de España, por el mar.

Yo seguí con mi discurso, les hablé de diferentes maneras de monetizar esto de colocar una palabra tras otra, de cuestiones prácticas, de la felicidad que te aporta levantarte cada mañana para dedicarte a tu pasión, de lo descomunalmente satisfactorio que es ver cómo tus sueños se convierten en metas alcanzadas.

Les conté cómo literatura y vida se trenzan inevitablemente, que no debían permitir que nadie menguara sus posibilidades. Ellos me miraban desde su silla, soltando alguna risilla de vez en cuando. Lo normal.

Al salir del edificio me invadió bastante desánimo y cierta curiosidad ¿Por qué, siendo tan jóvenes, están preocupados por ese concepto de "seguridad" tan indefinido y tan irreal? Alguien debería decirles que lo único seguro es que hemos llegado aquí y que, en algún momento, nos iremos. Lo que pase en medio es, en su mayor parte, responsabilidad nuestra, y en absoluto seguro. ¿Cómo es posible que vivan con los ojos clavados en una pantalla abierta hacia millones de emprendedores que se ganan la vida de las maneras más variopintas, y se muestren absolutamente impermeables ante ellos? ¿Por qué les asusta más la ausencia de un sueldo fijo que el dedicarse a algo que se la trae al pairo? ¿Qué parte del engranaje familia-colegio-entorno ha devorado sus alas?

Tras mi charla, algunas de las chicas me comentaron que les llamaban la atención algunas profesiones artísticas, pero que de eso no se podía vivir. Que el mundo laboral es algo muy complicado como para inventarse trabajos, y que los profesores les han dicho que se están jugando su futuro y hay que tomárselo en serio. Demasiado demencial todo como para dilucidarlo en una breve charla. No sabría por dónde empezar, aunque supongo que lo primero sería aclararles la diferencia entre  "tomárselo en serio" y "ahogarte entre el conformismo y la infelicidad".

Les conté que, cuando quisieran, y con el permiso de sus padres, les presentaría a gente que vive de su creatividad. Les proporcioné cuentas de Instagram que cotillear para comprobar lo que da de sí la imaginación. Tienes el mundo en tus manos, ¿qué vas a hacer con él?

Al llegar a casa les pregunté a mis niños qué serían de mayores y dónde querían vivir. Yo futbolista y arquitecto, y viviré por todas partes, primero en Francia. Yo científico y militar, me iré a Italia, por los coches y por las pizzas.

Respiré tranquila