Este sábado, un grupo de chalecos amarillos franceses cubrió de insultos antisemitas al filósofo de origen judío Alain Finkielkraut: "Cerdo sionista de mierda", "que te jodan”, “Francia es nuestra”, “lárgate”, gritaban. Los alaridos nos retrotraían a otra época, a otro lugar de la historia donde se repartían estrellas amarillas y promesas de pogromos.
Más o menos a la misma hora en que los revoltosos franceses invitaban a un intelectual a marcharse de su país, mis compañeros en el parlamento de Cataluña con Inés Arrimadas al frente visitaban Amer, un encantador pueblecito gerundense patria chica del fugado Puigdemont. Allí fueron recibidos con gritos y amenazas de todo pelaje, pero la que más se repetía era “fuera de aquí”. Curioso ¿verdad? Del Boulevard Montparnasse a la Gerona rural. De la Francia republicana a la España de Felipe VI. Del París de la rive gauche a Cataluña la Grande, en todas partes puede encontrarse a bestezuelas que en pleno siglo XXI creen tener derecho a expulsar del lugar en el que viven a aquellos que no comulguen con su religión o con su ideario.
No sé si Inés Arrimadas pensó alguna vez en compartir destino con Finkielkraut, pero ha bastado un origen antipático para despertar las iras de los chicos de amarillo (que casualidad, por cierto, que el color de los chalecos y el de los portadores de lacitos confluya de una manera tan armoniosa).
La fiscalía francesa, por cierto, ya está investigando las ofensas a Finkielkraut. Sin embargo, los constantes insultos xenófobos que escupen sin pudor los separatistas no son siquiera contestados por los líderes de otros partidos. Eso sí, Puigdemont escribió enseguida un tuit felicitando a sus vecinos por comportarse como energúmenos, permitiendo así añadir el de macarra a la ya larga lista de calificativos que atesora desde que puso tierra por medio y se largó mientras sus compañeros golpistas se enfrentaban a la prisión preventiva y al banquillo.
Pero no nos distraigamos de lo esencial: en esta Europa que viene se está cocinando un caldo amargo: el de los planes de expulsión del otro. Los chalecos amarillo que gritaban a Finkielkraut quieren echar de Francia a los judíos; la grey enloquecida de Amer, a los constitucionalistas. Eso sí, en Francia persiguen al ofensor.
En España, una ministra de este gobierno crepuscular acusaba a los de Ciudadanos de vivir “muy cómodos” en la confrontación. No sé si sabe la ministra lo que se siente cuando te rodea una horda descontrolada profiriendo insultos aberrantes, pero yo sí, y le aseguro que es cualquier cosa menos confortable. Mi abrazo desde aquí a Arrimadas, a Carrizosa, a Finfielkraut y a todos a los que, un día tras otro, un puñado de fascistas discuten el derecho a pasearse por su patria.