Se llaman Ángel y María José y llevamos días hablando de ellos. Se han colado en las conversaciones de barra de bar, en el sumario de los informativos y en la campaña electoral. Hace una semana, a petición de ella, Ángel suministró a María José una dosis de fenobarbital suficiente como para acabar con una tragedia de años, veinte en concreto, torturada por la esclerosis múltiple.
Y mientras se habla de cuidados paliativos, de eutanasia, de muerte digna, de derecho a morir, yo no llego más allá de pensar en dos personas que vieron en un veneno comprado por internet la única salida al infierno en el que les sumió la suerte. La suerte y una administración a la que durante ocho años pidieron ayuda sin éxito, ojo.
Imagino a dos seres que seguramente querían vivir juntos, llegar a viejos, amarse hasta el final. A una pareja normal y corriente, con sus pequeñas miserias, sus alegrías, sus planes de futuro. Y de pronto ella se pone muy enferma y, al cabo de un puñado de años tremendo, acaba pidiéndole a él que la ayude a terminar con el drama.
No dejo de evocar a Ángel y María José sufriendo juntos, llorando juntos, desesperándose juntos, luchando y rindiéndose juntos, hasta que un día ella compra en una web una dosis de un medicamento que la puede llevar a esa libertad que ya sólo va a brindarle la muerte. No sé cuántas veces hablaron de todo esto antes de tomar la decisión. No sé si dudaron en algún momento, si lo habían intentado otras veces y se arrepintieron al final. Pero no puedo hacerme a la idea de lo que tuvo que ser para Ángel ayudar a María José a beberse un brebaje que la arrancaría para siempre de las cadenas de la vida.
Hay que amar muy fuerte para aceptar que no se puede seguir negociando con la enfermedad, que el dolor es demasiado grande, que la esperanza se ha ido y ya sólo queda el desaliento. No seré yo quien juzgue a Ángel ni a María José, y menos aún quien use su caso para predicar moralinas baratas. Ya sé que algunos encuentran en su historia desgarradora una herramienta para el debate ético, pero yo no llego a tanto: sólo veo a una mujer enferma y desesperada, y a un hombre que la quería muchísimo. Tanto, que fue capaz de ayudarla a morirse. Qué terrible es todo.