El 61,24% de los españoles votaron el 28 de abril a PSOE, PP o Cs. Son la mayoría social española. El tan cacareado centro.
El 24,57% de los españoles votó a fuerzas situadas en los extremos del eje derecha-izquierda. Son los radicales, aquellos ciudadanos que no comparten los grandes consensos democráticos y que exigen, con mayor o menor beligerancia, su demolición.
Un 7,31% de los españoles votó a partidos nacionalistas de provincias, esos contra los que se construyó la UE y que en otros países europeos son considerados como xenófobos e incluso, en algunos casos (el Vlaams Belang belga o los Auténticos Fineses), como cercanos al nazismo.
El 0,99% votó a un partido liderado por un condenado por terrorismo y es legítimo suponer que ellos mismos sean, en distintos grados, simpatizantes del terrorismo.
No creo que este análisis, estrictamente fáctico, admita demasiadas discusiones.
Pero añadamos ahora a la olla eso que se suele llamar marketing político.
De los tres partidos centrales, hay uno de ellos, el PSOE, que tuvo una responsabilidad innegable en el estallido de la Guerra Civil, a la que contribuyó con revueltas y golpes de Estado. Fue el PSOE el que defendió durante la II República la idea de una "dictadura socialista". Fue un militante del PSOE el que asesinó a José Calvo Sotelo, el hecho clave que desencadenó la guerra. Fueron gobernantes de ese partido los que crearon y financiaron el único grupo terrorista de Estado de la democracia española: los GAL.
Pero es a PP y a Ciudadanos, cuya relación con todos esos hechos es nula, a los que se les reprocha una supuesta nostalgia por regímenes e ideologías pasadas. Eso es marketing político.
De los dos partidos radicales, hay uno (Unidas Podemos) que es aceptado como elemento central del sistema y posible socio de Gobierno a pesar de haber asesorado y apoyado políticamente una de las narcodictaduras más atroces del planeta, mientras que el otro (Vox) es sistemáticamente demonizado y calificado de ultra. Esto también es marketing político.
De los tres partidos nacionalistas, hay uno (el PNV) que es publicitado como ejemplo de responsabilidad de Estado a pesar de gozar de privilegios fiscales basados en leyes predemocráticas y de haberse aprovechado sin demasiados ascos de la amenaza de ETA ("unos sacuden el árbol, pero sin romperlo, para que caigan las nueces, y otros las recogen para repartirlas").
Otro de esos partidos (ERC), lleva a cuestas dos golpes de Estado. Quizá un tercero cuando el Tribunal Supremo dicte sentencia contra los líderes del procés. Los historiadores le atribuyen, además, más de 8.000 asesinatos en la zona republicana bajo su control durante la Guerra Civil.
El tercero en liza (JxCAT) es el heredero del partido más corrupto de la historia de Cataluña, además del principal responsable de ese procés que ha provocado un conflicto civil en la comunidad. Su líder espiritual es un prófugo de la Justicia.
Y, sin embargo, estos tres partidos nacionalistas son considerados como socios de Gobierno aceptables. Esto también es marketing político.
El cuarto bloque en liza, el de los simpatizantes del terrorismo, no es considerado como un socio deseable de Gobierno en el Congreso de los Diputados, pero sí en la comunidad autónoma vasca y en Navarra, región que el nacionalismo vasco considera de su propiedad. Sus votos son, sin embargo, aceptados por el PSOE sin demasiada desazón si sirven para desalojar al PP del Gobierno. Esto también es marketing político.
La gran virtud de la izquierda española ha sido la de haber logrado empaquetar los tres grandes pilares del franquismo sociológico –el cacique, el cura y el alcalde, es decir los regímenes clientelares, la superioridad moral y el uso partidista de las instituciones públicas–, barnizarlos de superioridad moral y venderlos como si se tratara de un producto nuevo y moralmente aceptable. Y esto también es marketing político.
Venden mercancía averiada. Pero qué bonitos son los anuncios.