Jonathan Haidt es un psicólogo social americano. En 2012, la revista Foreign Policy le nombró uno de los cien pensadores más relevantes del mundo. En esto de la relevancia también hay modas, pero quédense con que Haidt no es Risto Mejide, Anabel Alonso o el socialista LGTB del culo. La especialidad de Haidt es la moral y muy especialmente cómo varía esta en función de cuestiones culturales. Pero, sobre todo, cómo afecta eso a la política.
El libro por el que Haidt fue considerado uno de los cien pensadores más importantes del mundo es La mente de los justos. En él, Haidt explica un estudio realizado junto a uno de sus ayudantes. El estudio consistía en plantear a un grupo de sujetos una serie de historias inventadas con el objetivo de determinar cómo funciona el razonamiento moral. Según Platón, la razón debería predominar sobre la emoción. Según Thomas Jefferson, la razón y la emoción gobiernan reinos separados. Según Hume, la razón es esclava de la emoción. Les adelanto que Hume tenía razón.
En uno de los dilemas morales de Haidt, la trabajadora de un hospital, vegetariana por empatía con los animales, debe incinerar un cadáver. Pero antes de hacerlo, corta un pedazo del cadáver y se lo come al considerar que se está desperdiciando carne fresca. En otra de esas historias, dos hermanos tienen sexo durante una sola noche. Ella toma la píldora y él usa preservativo. Ella no se queda embarazada, nadie más que ellos sabe del asunto y nunca más vuelven a acostarse juntos.
Como es obvio, el objetivo del estudio no era averiguar la opinión de la mayoría de las personas sobre el canibalismo o el incesto, sino averiguar cómo funciona el razonamiento moral subyacente. Lo que demostró el estudio es que la inmensa mayoría de las personas rechaza moralmente ambas acciones aunque no sepa exactamente el porqué. Y no es que esas personas desconozcan el porqué, aunque este exista, sino que no existe un porqué. Porque las historias de Haidt estaban planteadas de forma que cualquier respuesta intuitiva careciera de asidero racional.
En el caso de los hermanos, la respuesta intuitiva es que dos hermanos no pueden tener sexo porque eso podría dar como resultado un bebé con graves problemas de salud. Pero la historia explica que los hermanos toman precauciones y nada falla. En el segundo caso, no existe víctima. El cadáver va a ser incinerado y nadie, ni siquiera la familia del difunto, tiene conocimiento de lo ocurrido. Así que… ¿dónde está, realmente, el daño? Lo interesante es que incluso después de que el entrevistador demostrara, racionalmente y más allá de toda duda, que no existía víctima alguna, el entrevistado continuaba aferrado a su rechazo inicial: "Está mal, y no sé por qué está mal, pero lo está, y no voy a cambiar de opinión".
Les ahorro más detalles y simplifico la respuesta porque esto es una columna y no un texto académico. Haidt explica que nuestra moral nace de las emociones y sólo después de adoptada una postura concreta con las tripas buscamos un razonamiento ad hoc que justifique nuestra postura. Como dice Haidt, no podemos castigar a alguien sólo porque ha hecho algo que no nos gusta sin ofrecer mayor argumento que ese: necesitamos fundamentar ese castigo en un razonamiento independiente de nuestras intuiciones, y esa justificación es el razonamiento moral.
La conclusión de Haidt es que las intuiciones morales predominan de forma tan clara sobre el razonamiento que incluso en los casos en que la razón vuelve de vacío sin un buen motivo para sustentar esas intuiciones, el sujeto continúa aferrado a ellas sin saber muy bien porqué. O creyendo saber el porqué, pero sin que ese porqué exista. Y de ahí que sea tan difícil convencer a otra persona por medio del razonamiento si su ideología parte de una fuerte intuición moral, aunque esta no tenga el más mínimo fundamento racional.
Y por eso, señores, la izquierda sigue ganando elecciones.