Todos deberíamos ser feministas, el lema de la escritora Chimanmanda Ngozi Adichie, cobra nueva fuerza estos días, con el asesinato, el sábado, de una mujer de 47 años en Elche. La mató su marido diez días después de que ella iniciara los trámites de separación entre ambos, y tres desde que él dejara la casa común.
Más de 1.000 mujeres han muerto por violencia de género en nuestro país desde que hay registros, que comenzaron en 2003. Solo en este 2019, 31 mujeres han perdido la vida a manos de sus parejas o ex parejas. Es evidente que, a pesar de los numerosos mecanismos y de las campañas existentes para proteger a las mujeres que puedan situarse en un potencial contexto de riesgo, algo estamos haciendo mal.
Es desde luego sorprendente que alguien pueda amar a una persona y matarla después. Pero eso es exactamente lo que ocurre casi cada semana. Qué es aquello que alberga la mente de alguien que pueda hacer ambas cosas es materia de estudio para los profesionales del comportamiento humano. Existen por supuesto diversas teorías al respecto y, al parecer, cuatro regiones cerebrales que participan en el impulso de la capacidad para matar. Hay, también, una amígdala parcialmente aislada o incomunicada. Y, por supuesto, además de las alteraciones biológicas o físicas, el pasado está lleno de episodios en los que se produce un comportamiento determinado que no ha sido convenientemente advertido, ni por supuesto tratado.
Sin embargo, todo lo relacionado con lo que hay que hacer para vivir en una sociedad libre de violencia de género es algo que sí compete, y mucho, a los políticos que influyen con sus apreciaciones programáticas e ideológicas, y con sus decisiones, la vida de los ciudadanos.
Cuando el vocal de la ejecutiva nacional de Vox Jorge Buxadé compara a la madrastra y las hermanastras de Cenicienta con “esas feministas feas que dicen a las mujeres lo que tienen que hacer”, en absoluto está ayudando en la lucha a favor de la igualdad o contra los abusos de género.
Cuando el presidente de los populares, Pablo Casado, hace referencia a los maltratadores calificándolos como “esa persona que no se está portando bien” con las mujeres, parece evidente que tampoco auxilia la causa de la igualdad.
El presidente de Ciudadanos, Albert Rivera, quiere para su hija de siete años un país, así lo ha dicho, en el que “a nadie se le ocurra ponerle la mano encima a una mujer”. El objetivo del líder naranja debería ser tan irrenunciable para la sociedad como afín a todas las fuerzas políticas.
Hace un mes, Pedro Sánchez participó en la VI Carrera contra la Violencia de Género. Los cinco kilómetros recorridos por el presidente en funciones constituyeron un gesto, pero algo tan importante como la lucha contra estos abusos no puede limitarse a mímicas con mensaje para un público determinado. Pero sin duda esa es la dirección: gestos que susciten cambios en las actitudes de algunas personas; estrategias que forjen políticas para todos y que acaben deteniendo cualquier tipo de abuso.
Parece claro que, a pesar de que la política nacional sigue embarrancada en una zona de vergonzosa inmovilidad, el Estado debe dedicar mayores recursos y mejores estrategias con el objetivo de frenar la trágica sucesión de asesinatos vinculados a la violencia de género.
Todos deberíamos ser feministas, asegura la autora nigeriana que ha llevado su mensaje mucho más lejos debido al éxito de su charla TED. No debería ser necesario que existiera una causa a favor de las mujeres como la que defiende Adichie, pero mientras lo siga siendo, y nos lo recuerde cada nueva víctima, procede favorecerla.