"¿Cuántos diputados del Partido Popular están en representación del País Vasco? Que levante la mano alguno". La burla del presidente del Gobierno dirigida a la bancada conservadora en el debate de investidura ha pasado de soslayo en la opinión pública, cuando la realidad es que debería sonrojar a cualquier demócrata. "¡Cero!", se respondió a sí mismo Pedro Sánchez entre el alborozo y los aplausos de los socialistas.
El argumento del líder del PSOE es la prueba de hasta qué punto la izquierda española ha asumido tics aldeanos. El sistema de elección en circunscripciones provinciales hace perder la perspectiva de cuál es la verdadera función de los representantes de la soberanía nacional, y lleva a interiorizar a muchos que la prioridad de un diputado de Castilla-La Mancha es defender los bordados de Talavera, pero poco o nada tiene que decir sobre el AVE a Cantabria o la deforestación de Doñana.
Se empieza por segmentar el Congreso en función de la procedencia territorial de los parlamentarios y se acaba reduciéndolo a una simple caja de resonancia de las reivindicaciones de cada provincia, incluso de cada región, como indirectamente planteaba el presidente Sánchez. Eso es desnaturalizar su sentido, convertir el Parlamento en una reunión de lugareños donde se anteponen el terruño y la patria chica al bien general.
Convendría en este asunto echar la vista atrás y recordar que Larra fue diputado por Ávila y Espronceda por Almería, que Galdós lo fue por Guayama y, ya en la Segunda República, Gregorio Marañón por Zamora, Ortega por León o Azaña por Valencia. ¿Debieron los abulenses, almerienses, guayameses, zamoranos, leoneses y valencianos repudiarlos por cuneros? Otrosí: ayer, como quien dice, Alfredo Pérez Rubalcaba fue diputado por Toledo.
Es cierto que hay ocasiones en las que los intereses de partido desvirtúan el sistema y crean situaciones disparatadas, como la de Javier Maroto, a quien el PP ha empadronado deprisa y corriendo en Sotosalbos para hacerlo senador por Segovia. Pero incluso en ese caso el vicio está más en el procedimiento que en la designación misma, porque está por ver que el vitoriano no pueda ser un magnífico senador.
Pero si la chanza de Sánchez -permítaseme la aliteración- nunca debió de haberse producido, muy por encima de lo ya apuntado, es por lo denigrante que resulta echar en cara a un partido como el PP su falta de raigambre en tierras vascas. Ni siquiera debería ser necesario leer La persecución de ETA a la derecha vasca, de Gorka Angulo; bastaría un poco de sensibilidad para darse cuenta de que el presente sería muy distinto si ETA no hubiera frustrado con el secuestro y el tiro en la nuca la implantación de opciones conservadoras vasco-españolas.
Durante la Transición hubo una persecución selectiva de políticos de la derecha no nacionalista en el País Vasco que llevó a innumerables renuncias y dimisiones, cuando no a la directa eliminación física. AP y UCD llegaron a hacer campañas electorales sin mítines, con reuniones clandestinas, hasta que ni siquiera pudieron presentar candidatos, por puro terror. Hubo éxodo de familias enteras. El gran beneficiado del exterminio de esa franja ideológica fue el PNV, que además fue elegido por los sucesivos gobiernos de España como mal menor para contener el problema vasco.
De manera que, presidente, hágase un favor: ahórrese en adelante preguntar cuántos diputados hay en la Cámara en representación de no sé qué circunscripción.