Hace una semana me disponía a escribir esta columna cuando saltó la noticia del pacto entre el PSOE y Podemos. Pedro Sánchez, entonces, no era intransitivo sino transitivo. Desveló un nuevo rasgo de su carácter justo cuando yo iba a escribir sobre su ausencia. Pero el pacto ha resultado ser otro vericueto de su bucle autorreferencial. Carácter es destino y el carácter de Sánchez –como ha recordado Manuel Arias Maldonado– está dominado por el narcisismo. Un amigo nuestro, entendido en temas psicológicos, precisa: "Es un narcisista de piel fina".
Hay narcisistas tan imbuidos de su amor a sí mismos que en realidad los agravios de los otros no les afectan. Serían los narcisistas de piel dura. El narcisista de piel fina, en cambio, se ve afectado por ellos y se los guarda. Esto restringe su maniobrabilidad. Su camino suele ser un camino que se estrecha.
En el caso de Sánchez, su mayor fiscalizador sería el propio Sánchez. Como se ha comentado, no hay acción del Sánchez actual que no haya sido criticada por el Sánchez pasado, que cuando reaparece en Twitter es nuestro mayor antisanchista. Pero en realidad ambos Sánchez responden al mismo principio: decir en cada momento lo mejor para el Sánchez del momento. Debió de ser esto lo que le aplaudieron de pie los diputados socialistas en la sesión de investidura cuando habló de sus convicciones.
Pedro Sánchez es el único político español actual que ha construido su propia leyenda. Pero en su leyenda está su penitencia. Esa "resistencia" en la que él mismo ha hecho hincapié se funda en la cerrazón: una voluntad dura contra el mundo, o al margen del mundo. Conduce a un sitio solitario en el que solo está Sánchez.
Ha señalado David Jiménez Torres con agudeza que el Sánchez que logró ser presidente por la moción de censura que juntó a lo menos recomendable de la cámara contra Mariano Rajoy, y cuyo lema fundacional fue aquel "no es no", estaba condenado a no ser presidente por medio de un acuerdo constructivo. El intransitivo "no es no" dejaría encerrado también a Sanchez.
Su única solución política es la mayoría absoluta. Él, de hecho, no ha dejado de comportarse como si ya la tuviera, para forzar a la realidad a que se la otorgue. Algo no descartable en las próximas elecciones: la suerte –que es la que ha permitido que su narcisismo funcione– le ha puesto delante a unos rivales políticos cuyo nivel no es precisamente superior al suyo y que, en su obcecado antisanchismo, no hacen más que trabajar para Sánchez.
Sería una virtud, quizá la única, de la intransitividad: incapacitado para hacer amigos, Sánchez triunfaría gracias a sus enemigos.