"Se equivocó la paloma, se equivocaba…". Los conocidos versos de Alberti vienen a la mente en estos días al escuchar a los representantes de EH Bildu, viniéndose arriba y poco menos que perdonando la vida a todo lo que se mueve, comenzando por ese PSOE al que le ofrece cicateras abstenciones para que pueda formar gobiernos en precario.
Aspira la marca depositaria del caudal electoral de la izquierda abertzale a consolidar una suerte de empate con su enemigo natural, el Estado español —es decir, los españoles cuyos derechos y libertades ampara ese Estado—. Un desenlace político que viene a ser heredero de aquel "empate infinito" en el que se basaba la estrategia "militar" de ETA, y las comillas vienen a cuento porque sólo un estratega ignorante de las reglas más elementales de la ciencia militar osa lanzarse al ataque con el solo ánimo de mantener la guerra empatada. Así les salió al final la campaña, y así se ven hoy sus generales.
Se confunde Bildu, y le ayudan a confundirse quienes dan a sus dirigentes pie a creer que pueden empatar de alguna manera en ese combate que iniciaron sus mayores armados y que ahora tratan de rematar ellos sin las armas a las que la ley española, que no su convencimiento, les forzó a renunciar.
Al igual que la lucha armada se saldó con una derrota apabullante, quienes no dejan de girar como adalides, beneficiarios y usufructuarios de su legado están condenados a la derrota política y moral, por mucho que intenten torcer el relato o aprovechar las ventajas de coyuntura.
Alguien debe decirles que abandonen toda esperanza, porque no puede ser de otra manera, mientras no renieguen de modo inequívoco y rotundo de los cientos de asesinatos —la mayoría cometidos en democracia—, mientras sigan jactándose de homenajear y festejar a los asesinos o mientras continúen alentando el acoso y el escarnio de los servidores públicos que se esfuerzan a diario para defender los derechos y las libertades de sus conciudadanos en cumplimiento de las leyes vigentes.
Tiene Bildu aún mucha tarea por delante, para poder ser un actor normal de esta o de cualquier democracia; y si alguien, por consideraciones tácticas, les permite a sus líderes y votantes imaginar otra cosa, contraerá una grave responsabilidad frente a la sociedad española y frente a las víctimas del terrorismo, que si bien no pueden pretender decidir la política del país, sí pueden exigir que no se blanquee ni se quite importancia a las acciones de quienes sin derecho las atropellaron.
No basta con condenas de la violencia abstractas, ni con medias peticiones de perdón, siempre subjuntivas e igualmente genéricas. Eso puede servir para concurrir a las elecciones, a fin de no limitar el derecho de participación política, pero no para sentarse a la mesa común de los demócratas españoles.
El Estado español imputó a cientos de funcionarios acusados de torturas y acabó mandando a prisión, entre otros, a un general de la Guardia Civil. El abismo moral con quienes siguen celebrando a unos homicidas ufanos de sus crímenes es tan evidente como, hoy por hoy, infranqueable.