Cumbre, Macron. Un líder hacia adelante, sin miedo, en marcha. A Macron le pudieron aguar su Biarritz, su ONU vascofrancesa, toda esa gallofa de líderes turulatos montados en el dólar y que nos pueden llevar al colapso ecológico. Pero Macron movió hilos, sacó esa grandeza del francés que sabe que Francia es, aunque "es" en los huesos y los símbolos..., y así salió de Biarritz como un pacificador, como un embajador de buena voluntad y hasta lo único potable que le queda a la pobre Europa.
La grandeza de Francia quizá sea la corrección con el tenedor, el pubis rasurado, la realeza como pollo sin cabeza y un país que es más que un hexágono o un asunto burocrático. Un país donde el bretón es bretón y el vasco es vasco, pero eso sí, en sus horas libres y sin marear más la perdiz. Porque así es Francia y así son sus hijos, y Macron es de esos líderes que se acuestan con cremas de ácido hialurónico y uno lo entiende, que el respeto se pierde cuando un MENA te llama Manu en la puñetera calle.
Macron se vitamina el cutis, hace bien, y por eso no envejece al lado de su Brigitte, que pareciera la musa rubia e inmortal en alguna película de Louis de Funes a todo color de Costa Azul. Sánchez quiere arrimarse a esa grandeur de Emmanuel con el Falcon y la su consorte, pero en la comparación llegamos a los mismos términos de concomitanciad que pueden establecerse entre un huevo y una castaña.
Macron tiene también esa cosa tan de Kennedy de arreglar el mundo a arreones, quizá porque sabe que el mundo es de los galanes o no será. Yo admiro a Macron ni mucho ni poco, pero lo que hizo en Biarritz está a la altura de muy pocos. Yo escribo sobre Macron con el fondo de la banda sonora de El graduado, con Simon y Garfunkel cantando Mrs Robinson. Escribir sobre Macron es pensar en los líderes franceses: uno le da el Ayuntamiento a Colau, otro templa gaitas entre misiles nucleares. Cuestión de posibilidades.
Macron tendrá sus vicios, sus sobradas. Pero tiene un país que le para los pies con una huelga o le consiente que haga lo que pueda en la paz mundial. La chulería de Macron, que riega su huerto y apaga el Amazonas, me da cierta envidia cuando veo que en España el debate nacional pasa por la catetada de asumir la Leyenda Negra y el indigenismo con el discurso de historiadores que están a vuelta de todo. Por eso, cruzar el Bidasoa -o la muga de Valcarlos- es llegar a otro mundo.