En un día soleado en el que se comienza a apreciar la llegada de la nueva estación, con ligeras ráfagas de un viento fresco y amable, converso con Eugenio Suárez-Galbán Guerra. Hace 35 años asistí a sus clases de Literatura en una universidad norteamericana, y desde entonces hemos mantenido un contacto frecuente y entrañable.
Se podría decir que pocas personas saben tanto sobre Miguel de Cervantes como él. Se podría decir que muy pocos saben tanto de Literatura hispanoamericana como él. No debe de extrañar: lleva 55 años enseñando el Quijote y explicando a Cortázar o a Borges. Pero él, presa de la virtud mayor, la de la humildad, sería el último en asentir ante semejante aseveración al respecto de estas u otras victorias intelectuales.
Pero mucho más importante que eso, se puede decir que Suárez-Galbán sabe de la vida. Y eso se nota con apabullante claridad entre los trazos sugerentes y también extenuantes de su escritura, en la que cabe la violencia más atroz pero dibujada con ternura, como en Los Potros de Bárbaros Atilas y otros cuentos (Verbum, 2002), o el amor supremo pero esbozado con rebeldía, como en ocasiones ocurre en Cuando llevábamos un sueño en cada trenza (Kailas, 2007).
A sus flamantes 80 años –“no los siento, pero tampoco los oculto”-, un cifra que no cambiaría por otra, anda estos días especialmente ajetreado este doctor en Lenguas y Literaturas Románicas por la Universidad de Nueva York. Algunas veces, por las aceras de Madrid, caminan individuos como él, que concentran enseñanzas y conocimientos de un tamaño casi incomprensible, y que dedican su existencia a liberar unos y otros delante de los demás, para multiplicar el aprendizaje y el placer de éstos. "La vejez a mí me va bien, pero puede ser una cabronada", sostiene quien ya no necesita trabajar más la aceptación.
Sí, le va bien. La Balada de la Guerra Hermosa es el título de la novela con la que ganó el Premio Sésamo en 1982. Ahora, la deliciosa obra del autor canario contempla una cuarta edición magníficamente editada que ha sido incluida en la colección de la Biblioteca Atlántica.
El profesor mantiene la claridad mental de décadas atrás, y también el acento incierto que transporta brisas cubanas, canarias, puertorriqueñas e incluso neoyorquinas; allí, precisamente, se asomó por vez primera a la vida mientras los españoles nos dedicábamos a matarnos, a finales de los años 30 del siglo pasado.
Con esa luminosidad que domina sus conexiones neuronales, Suárez-Galbán afronta en este último tiempo un reto más, el de un libro de memorias que está imaginando en inglés, la primera lengua que utilizó para escribir.
Allí estará todo: el trauma que le desgajó cuando le arrancaron la infancia cubana, los tiempos oscuros en Estados Unidos, el delirio y la fantasía del periodo en el que trabajó en un manicomio, su cercanía con Ayala en Nueva York, los tormentos y los triunfos al frente de Orígenes, su editorial durante tres lustros y, por supuesto, sus larguísimas madrugadas en las que solo existían él y la Literatura.
Quijote del año en 1988 por la Sociedad Cervantina de Esquivias, una de sus más felices conquistas, Eugenio vive sus 80 años como lo hizo el neurólogo y también escritor británico Oliver Sacks, y como tal vez lo hubiera hecho el propio Cervantes, si los hubiera alcanzado: con mucho agradecimiento, pero con no menos expectación. Solo los grandes logran semejante estado.