Ortuzar sabe como el arribafirmante que el mundo va de cuotas y no de cupos: que para afanar el cupo -vasco o de Calatayud- hay que ser primero cuota. Hay cuotas en los premios literarios por donde de tarde en tarde se me quiere, y hay cuota en los partidos, hasta en el suyo, mismamente, en el que las ratas salen rancias y talibanas de sacristía.
La cosa es que Andoni Ortuzar es españolazo por más que relativice la realidad de su DNI y la canción de sus genes: con ese rictus de Juanito Navarro clamando -en una tosca proclama- que él no se quiere español "ni por el forro". Ortuzar es cuota vascurrona frente a otra cuota vasquista en el apasionante universo jeltzale, que ya sabemos que todo es bueno para el convento según dejó dicho aquel fraile con la moza al hombro.
Y todo fue allí, en la campa de Vitoria, en el llano de Foronda, donde el PNV vuelve a las esencias de domingo en domingo y de burricie en burricie. Claro que para volver a las esencias, para que la aldea haga la comunión y la digestión, es preciso que al partido se le vaya vendiendo como una muchachada varia, con alopécicos y engominados en el proyecto común de ser tan independientes como parásitos.
Por eso mismo de las cuotas, la morigeración gestual de Urkullu viene a ser contrarrestada, en el Alderdi Eguna, por este Ortuzar vendiéndonos una retahíla de victimismos que en un vasco queda falso y paripé. Aún así, en la bravata de Ortuzar entendimos cierta frustración del nacionalismo vasco, enterrado de pies y manos por aquella infamia menestral de Ibarretxe: desde entonces abrazan la socialdemocracia, a un jubilado del metal, lo que sea... pero cuando saltan a la campa vuelven a lo de siempre. Saben que el cotarro de la Historia pasa ahora por Olot y quizá se arrepientan de tanta mitología tosca.
Lo que nos importa de Ortuzar es cómo en las vísperas del 1-0 ha vuelto a salir en los papeles, con su foto, su gesto suplicante y el pañuelico, que cerraba un cuadro del XIX.
Ante el prestigio de Waterloo y sus vicarios de Barcelona, al PNV ya sólo le queda exhibir su mérito de ser la chinche que siempre pica y siempre picará al forro del Estado. Por eso mismo son los más nuestros.