Andan las redes sociales y algunos individuos que jamás deberían haber salido de ellas linchando a Mario Vaquerizo tras su participación en el programa de Telemadrid Vuelta al cole. Ese donde los famosos –de momento Carmen Lomana, José Luis Martínez-Almeida y el propio Vaquerizo– responden a las preguntas de un grupo de niños.
El crimen de Vaquerizo ha sido contestar "no" a la pregunta "¿te importa el feminismo?". El resto ya se lo pueden imaginar. "Voy a vomitar". "Lamentable estas obscenidades delante de niños". "Mario Vaquerizo representa todo lo que quiere el liberalismo". Y por supuesto el ya clásico "a Mario Vaquerizo no le importa que asesinen a mujeres".
Vamos a dejar de lado la obviedad de que preguntarle a Mario Vaquerizo si le importa el feminismo tiene tanto sentido como preguntarle a la reina Isabel II si le gusta más la Rosalía flamenca o la reggaetonera. A mí, al menos, me resulta difícil imaginar un tema más lejano del negociado de Vaquerizo, que cae más bien por donde David Bowie, el maquillaje, Mötley Crüe, las Nancys Rubias y Alaska. Es decir, en cosas bastante más importantes y sobre todo divertidas que lo que un niño pueda entender por "feminismo". Un niño, además, al que han guionizado para que parezca una Greta Thunberg de Malasaña.
Es obvio, además, que Mario Vaquerizo no está hablando de la igualdad legal entre hombres y mujeres, es decir de la definición clásica de feminismo, sino de la politización que la izquierda ha hecho de la causa y que la ha convertido en una religión narcisista y sollozante cuyo parecido con el feminismo original es pura coincidencia. Pero, ¿para qué hacer el esfuerzo de presuponer la buena fe del prójimo cuando cualquier inadaptado social con vocación de inquisidor puede malinterpretarlo y caricaturizar sus palabras para que signifiquen algo radicalmente distinto a lo que él ha querido decir?
Es más. Si el feminismo moderno es ese engrudo adolescente que aparecía en el manifiesto del 8M de este año y que hablaba de "personas disidentes sexuales", de "políticas coloniales y neoliberales" y hasta de la Segunda República y de Francisco Franco, ¿cómo pretender que a una persona con autoestima intelectual le importe en lo más mínimo ese batiburrillo de marxismo vetusto, identidades imaginarias, anticapitalismo de club de fans de Ska-P y autocompasión de hijo único?
No es que Mario Vaquerizo esté muy por encima de ese nivel cero gallináceo del discurso posmoderno. Es que lo está cualquiera que haya cumplido la mayoría de edad y no le haya caído un piano de cola en el lóbulo occipital. No hace falta, en fin, ser un lince de la sociología para adivinar que la doctrina que hay detrás de todas esas exigencias no es feminismo, sino algo muy diferente. Algo que murió el 9 de noviembre de 1989 y cuyo cadáver andan paseando ahora por las calles de Occidente, pintado a brocha como una puerta, fingiendo que está muy vivo y que es el evangelio del futuro y no sé qué pamemas apocalípticas más. Con gran éxito de público, todo hay que decirlo.
No debería hacer falta una columna, en resumen, para explicar según qué cosas. Pero vivimos tiempos en los que una candidatura electoral compuesta únicamente por niños conseguiría –no lo duden ni por un segundo– votos de los suficientes adultos como para entrar en el Congreso de los Diputados, así que quizá sí vale la pena dedicarle un puñado de párrafos al asunto, aunque sólo sea en previsión de que algún día nos caiga una Greta en el hemiciclo que acabe prohibiendo las duchas diarias, o reconstruir catedrales, o admirar la belleza de mujeres y hombres, o ver porno, o ser ateo de la fe milenarista del momento, o tirar de la cadena, o escuchar a Plácido Domingo, o la presunción de inocencia.
Pues claro que sí, Mario. Claro que sí.