No son los manuscritos del Mar Muerto, ni se han encontrado en cuevas. Los de Huévar del Aljarafe no pasaran a la Historia ni me temo que sean objeto de estudio. Pero lo importante: no creo que abran demasiados telediarios. Estamos hablando de corrupción, de la del PSOE, estructural, endémica, histórica. Vamos, de la que para la mayoría de medios no existe.
Sin embargo los manuscritos de Huévar no tienen desperdicio y son muy pero que muy claros. Explican, como ningún otro fondo documental encontrado hasta el momento, lo que todo el mundo sabía y sólo sus autores tenían por escrito: el funcionamiento de la red clientelar de compra de votos del PSOE andaluz en su versión municipal. Treinta y seis años de cadena de favores con cargo al erario público. Treinta y seis años de elecciones ganadas a base de dopaje. Pura democracia.
Si han sobrevivido no ha sido a causa del clima de ese pueblo sevillano –como los de las cuevas de Qumram– sino por algo tan chusco como una máquina trituradora ardiendo incapaz de aguantar la destrucción de tantos y tantos papeles comprometedores y una alcaldesa –la primera del PP, la primera no socialista– que cambia las cerraduras de los despachos para impedir que los concejales del PSOE –ahora en la oposición– se lleven las cajas con los documentos que no han podido ser destruidos.
Y por fin se puede fotografiar al monstruo del Lago Ness, al Bigfoot o a la Santa Compaña, así, de frente y sin que haya lugar a dudas, y eso de lo que todo el mundo hablaba desde que el régimen socialista se instaló en Andalucía pero parecía que nadie podía probar, se encuentra por escrito, y a mano para que no quepa duda.
Así, todos y cada uno de los vecinos en edad de votar con su nombre (y su apodo), sus necesidades laborales (generalmente muchas) y su afinidad política. Y claro, los datos de todo el entramado familiar porque si el alcalde le da un trabajo a tu niña, cómo no le vas a votar aunque seas del PP.
La cosa era llegar a ganar mil voluntades, los mil votos necesarios para conseguir la mayoría absoluta en un municipio que no llega a los tres mil habitantes, pero que con eso de la munificencia con el dinero ajeno, tiene treinta millones de deuda a día de hoy.
Y con la misma sutileza del sindicalista –también andaluz– que tenía billetes para asar una vaca, el teniente de alcalde socialista bautizó la última operación de esta serie histórica “Plan mil”, que, como se ve, no era de mil viviendas ni de mil empleos sino de esos mil votos con los que seguir perpetuando el régimen, enriqueciendo a los propios y lastrando el crecimiento de una región que tiene todos los mimbres para ser tan rica como cualquier otra.
Porque en esa compra de voluntades, en ese dinero para la formación o para los desempleados que ha sido una constante en el régimen socialista andaluz, lo que se dirime no es sólo la sinvergonzonería de unos pocos. Es una democracia que no es tal porque se ejerce con trampas. Una ciudadanía a la que no se le deja alcanzar la mayoría de edad. Es la mentira de una sociedad subsidiada condenada a no crecer para mantenerla en el voto cautivo. Es una Justicia que no es tal porque hace falta ser una heroína como la jueza Alaya (y alguno más) para que funcione según Derecho y no ande secuestrada por el poder. Y es un llamémosle duopolio informativo que hace que la corrupción del PSOE lleve años confundiéndose con el ambiente.
Pedro Sánchez presentó su moción de censura después de que la Audiencia Nacional sentenciara que “el Partido Popular (PP) se había beneficiado del esquema de sobornos ilegales para contratos del caso Gürtel”. Durante años se había presentado al PP como un partido corrupto, sin matices y la sentencia no hacía más que confirmar lo que la opinión pública ya creía.
La cuestión es que cabía esperar la misma reacción cuando empezaron a destaparse los casos de corrupción andaluza, o cuando ya se concluye que todo aquello ha sido un cenagal. Pero no fue así y no es así y por eso Pedro Sánchez puede ir de campaña a Andalucía y hablar de la corrupción del PP sin que se le tuerza el gesto. Porque hay una corrupción que le protege. La corrupción informativa.