Desde que Fukuyama habló del “fin de la historia”, para referirse al presente geopolítico, marcado fundamentalmente por la caída del muro de Berlín, la autocomplacencia de las sociedades democráticas actuales hace que se mire con aire de superioridad a cualquier otra sociedad anterior “no-democrática”, juzgada, salvo raras excepciones, como “totalitaria”. Así todas las sociedades caminan indefectiblemente -más tarde o más temprano a todas les llega su “transición”-, hacia “la plenitud democrática” tras partir de un pecado original “totalitario”. Una vez elevados a la condición de demócratas e instalados en la sociedad paradisíaca del bienestar, ya se pueden juzgar para siempre, en una suerte de Juicio Final, a todas las sociedades históricas anteriores, bien para absolverlas o bien para condenarlas definitiva, eternamente.
Desde esta perspectiva es muy fácil caer, colándolo como relato histórico, en el cuentecillo infantil que habla de la historia de la humanidad como la historia de la liberación de un dictador, de un tirano que, malvado y ambicioso, y con sus manos manchadas de sangre para acceder al poder, persigue, sin más, complacer su capricho, rodeándose para ello de marionetas siempre listas para la obediencia ciega e incondicional.
Así, la “transición a la democracia” se ve, desde este cuentecillo infantil, como ese proceso, necesario, que, sea como fuere, queda completamente justificado porque conlleva la liberación del tirano y de los grupos de interés -familias- que le rodean. Antes, con el “coco Franco”, todo eran tinieblas, oscuridad y servidumbre; de repente, fiat democratia, y se hizo la luz y la libertad. La acción del antifranquismo queda así acreditada, de tal modo que todo aquel grupo o facción que se hubiera opuesto al régimen, automáticamente, queda redimido porque con su acción “contribuyó a traer la democracia a España”.
Sin embargo, la historia no está tan polarizada como los cuentecillos infantiles, protagonizados por buenos y malvados, y ocurre así que, por un lado, la democracia española del 78 no es completamente ajena al franquismo, sino que más bien es un desarrollo interno del mismo (“de la ley a la ley”), aún con ciertas discontinuidades o rupturas importantes; y, por otro, ocurre también que el antifranquismo trajo consigo, disimulado por su oposición al régimen, un elemento letal y desestabilizador para la democracia española: el separatismo, integrado y confundido en la oscuridad del antifranquismo (en cuya noche todos los gatos eran pardos), ha revelado su verdadera cara “prosesista” en los últimos dos años.
En este sentido, el día 24 de octubre de 2019 quedará como el día, según los que siguen a pies juntillas el cuento del “coco Franco”, en el que “la democracia” española se hace “plena” al sacar al dictador de un lugar de honor, como se supone es el Valle de los Caídos, para llevarlo a un lugar más discreto que borre cualquier tipo de reconocimiento (damnatio memoriae). Sin embargo, una lectura más histórica puede ver en este día un acto de precampaña (“vota PSOE”) para tratar de sacar rendimiento electoral al antifranquismo, pero con la contrapartida de contribuir, consciente o inconscientemente, al blanqueamiento del separatismo “prosesista”.