Hoy día se sigue insistiendo en la idea de que el comunismo español (desde el PCE al POUM, hasta el FRAP, etc.) siempre fue disolvente para España, y que siempre estuvo aliado (el izquierdismo en general) a aquellos programas que buscaban (y buscan), de una manera o de otra, su fragmentación separatista. Federico Jiménez Losantos, en su libro Memoria del Comunismo (La esfera de los libros, 2018), así lo sostiene. Desde Vox se insiste constantemente en esta idea en la consideración, además, de que el comunismo es una ideología criminal (sin atender, entre otras cosas, a que existen muchos comunismos, desde el platónico hasta el evangélico), y que como tal habría de ser ilegalizada.
Pues bien, nosotros negamos esta asociación, que muchos comprenden como esencial, poco menos que evidente, entre comunismo y separatismo para decir, que, muy al contrario, en España, en el siglo XX, la idea de nación fragmentaria se ha promovido precisamente para neutralizar, desmovilizar y disolver el comunismo. El separatismo se ha impulsado no desde (por lo menos en principio), tampoco al margen, sino, justamente, contra el comunismo.
Porque será el anticomunisno de determinadas potencias, en el contexto sobre todo de la Guerra Fría (lo que el secretario de Estado norteamericano de Eisenhower, John Foster Dulles, llamó en su momento “roll back” -retroceso- para referirse a la política llevada a cabo por los sucesivos gobiernos norteamericanos en contra del comunismo), lo que alimente, ampare y dé cobertura ideológica (e incluso financiera, como Iván Vélez está sacando a la luz en numerosos trabajos) a la idea de nación fragmentaria en España, pero también en otros países. Y lo hará para neutralizar, a través de la clásica práctica del divide et impera, cualquier posibilidad de realización (por ejemplo, en la transición) de una España comunista.
Podemos ilustrar esta acción de respaldo al nacionalseparatismo, por parte de la política roll back norteamericana frente a un virtual avance del comunismo, con dos hitos bien significativos al respecto, uno que afecta a España y otro a Italia. En España Otero Novas, que fue ministro de la Presidencia con Adolfo Suárez, ha revelado en cierta ocasión (ver Perderéis Canarias-La Provincia-Diario de Las Palmas, 11/08/2009) el hecho de que EEUU amenazó con apoyar al nacionalismo canario de Cubillo si España no ingresaba en la OTAN.
Por su parte en Italia, la Administración norteamericana contempló, ante la previsión de una posible victoria del PCI en las elecciones de 1948, y entre otras medidas, una intervención inmediata que impulsase -así lo cuenta el gran Luciano Canfora en La democracia. Historia de una ideología (Crítica, p. 220)- la secesión de Cerdeña y Sicilia.
Y es que España, naturalmente, no permaneció ajena al tutelaje llevado a cabo por parte de las sucesivos gobiernos norteamericanos sobre los procesos de transformación política (“transición”) sufridos durante la Guerra Fría en distintos puntos del globo, tal como ha estudiado en profundidad Joan E. Garcés en su documentadísima obra Soberanos e intervenidos (Siglo XXI, 1996), siendo así que en España esta tutela cristalizó en dos líneas de fuerza vectorial que, en modo alguno, podemos obviar: la promoción de una socialdemocracia, la del PSOE de Suresnes, que se aviniera (“vía democrática al socialismo”) al área de difusión de las democracias occidentales (liberal-parlamentarias); y, a su vez, como medida aún más expeditiva (preventiva, si se quiere), la promoción de un separatismo que se filtrase en las instituciones para romper España ante la previsión revolucionaria de una España roja, que pudiera llegar a orbitar en torno a la URSS (es verdad que el eurocomunismo había refrenado tales expectativas, en el PCF, en el PCI, en el PCE, pero a la administración norteamericana parece ser no le era suficiente).
De hecho, el comunismo, por lo menos en su forma leninista, en cuanto que busca la transformación íntegra del Estado burgués en Estado socialista, no es compatible con el separatismo, ni siquiera con el federalismo (como pone de manifiesto con total claridad Lenin en Estado y revolución). Otra cosa es que lo utilice, como estrategia (de nuevo el divide et impera), para erosionar a los Estados capitalistas (y sobre todo cuando estos alcanzan su “fase superior” imperialista). Una estrategia, decimos, que se utiliza generalizadamente en la pugna entre Estados para debilitar al rival (no es algo exclusivo del comunismo soviético, también, vemos, lo es del capitalismo nortamericano).
Es verdad que contra Franco muchos, desde las izquierdas, mantuvieron una posición solidaria con el nacionalseparatismo, suponiendo esta asociación, precisamente, una vía de penetración del separatismo en los partidos llamados de izquierda durante el tardofranquismo y la transición (sobre todo en Cataluña), y ahí se quedó (ahí sigue). Pero creemos que esta coyuntura no se puede generalizar a toda otra situación, a riesgo de incurrir en anacronismo y en, sobre todo, asociaciones gratuitas.
En 1938, en plena guerra, en otra coyuntura bien distinta, decía Vicente Uribe, que fue ministro comunista del gobierno del Frente Popular, “nosotros somos los más decididos enemigos de toda tendencia separatista; los más convencidos partidarios de la Unidad Nacional, del Frente Popular, de la Unidad popular”.