El año que vivimos peligrosamente fuimos a ver cómo a Franco lo elevaban por la vertical de Peguerinos mientras el Gobierno nos llevaba en un autobús fletado a ver montañas nevadas en el primer día de frío en el Guadarrama.
El mismo año volvimos a Vistalegre, nos disfrazamos de indepes y de liberales en el Orgullo. En una manifestación un payés nos tocó Mi Buenos Aires querido con un flautín, en la otra nos tortearon a metro y medio de Arrimadas.
Este año que hemos vivido peligrosamente repetimos elecciones, nos convertimos en una potencia de la cosa ecologista, trajimos a la niña símbolo y nos enamoramos lo que pudimos.
Fue pasando la vida, comimos jamón en la refundación del PP de Casado, intentamos comprender las profundidades de Sánchez y vimos que todo tendía a la anhedonia. El día de autos había menores de edad por Bambú/Chamartín cantando Manolo Escobar y confirmándonos que el lepenismo español es cañí o no será.
También vimos arder Barcelona y un ministro del Interior que negaba la mayor y defendía su hamburguesa en el Válgame Dios (ver y dejarse ver es el lema apócrifo del garito) como una cuestión de Estado. Marlaska se enmendó a sí mismo, y su labor de probo funcionario frente a ETA quedó embarrada por la persistencia en negarme que en el Día del Orgullo no hubieron CDR de la causa. Aunque Marlaska no es el único damnificado del sanchismo, que acaba desprestigiando a astronautas, Borrelles y todo cuanto toca en el proyecto de auto-reafirmación freudiana del presidente en funciones.
Más allá, el año ha pasado con las miasmas de siempre, porque con el periodismo se comprende la condición humana y eso de las bases y las consultas no es más que la proyección de un déficit de cariño. En el año que se va, el PNV y Rufián se nos volvieron socialdemócratas merced a esos milagros del sanchismo y sus bandazos compulsivos. Dicen los ungidos que preguntar es de activistas, y con eso tenemos que vivir los que llevamos la papela de periodistas como único pasaporte firme en tiempos líquidos.
2019 ha sido el fin de una época, y se abre un futuro que habrá que tomar como sea. Entre indultos y terceros grados a la carta, los constitucionalistas nos iremos disolviendo en las alcantarillas de la Historia. Amanecerá 2020 y la sensación y hasta el olor será el de la tierra quemada.
Feliz Navidad a los parias de la tierra, a la celda de Junqueras, a los barones de buena voluntad que ya viven un tiempo que no les pertenece.