Cuando leí en Twitter a un joven que, después de conocerse el pacto por el que Sánchez se presta a retirar la Guardia Civil de Navarra, a dar competencias penitenciarias al País Vasco para que tenga control sobre los presos de ETA, a crear las selecciones autonómicas, a convertir la asignatura de Religión en una maría como aviso a los colegios concertados de lo que les espera y a sentar al Gobierno de España con el de Cataluña para negociar fuera del Parlamento, se lamentaba porque hubieran pasado inadvertidas las mejoras que el acuerdo contempla en materia de becas universitarias, me acordé de un amigo que ha superado un cáncer y que cuando le anunciaron que tendría que someterse a duras sesiones de quimioterapia también supo encontrarle el lado bueno: "No tendré que cortarme el pelo".
Ahora bien, si este joven estudiante es extremeño, andaluz, castellano, asturiano, cántabro, murciano, aragonés o canario, por poner por caso, le recomendaría que se diera prisa en terminar la carrera, no sea que se concrete antes un referéndum de autodeterminación y que Cataluña se independice, porque entonces le va a pagar la carrera su padre.
El caso es que, mejor que peor, la igualdad entre españoles se ha buscado en esta democracia imperfecta nuestra a través de equilibrar la riqueza, de forma que los ciudadanos que tienen más (y en Cataluña hay muchos ciudadanos que tienen más que en otros puntos de España) compensen a los que tienen menos, para que así no haya grandes diferencias en servicios básicos como la educación o la asistencia sanitaria. Se llama "solidaridad". Hay quien le llama "España nos roba".
Eso explica, entre otras cosas, que ningún pobre quiera independizarse. Siempre quieren independizarse los ricos. Es la mejor forma de no tener obligaciones hacia los necesitados. Si acaso, ya establecerán luego algún tipo de limosna para tener la conciencia tranquila.
Los ciudadanos de Cataluña y de Madrid, principalmente, han venido siendo los paganos de la búsqueda de igualdad entre españoles. Si un día uno de esos pilares cayese, ni becas, ni hospitales, ni carreteras, ni trenes, ni hostias en vinagre. Por eso, la mejor política social que podría hacer Iglesias no es proponer que los ricos paguen más impuestos, sino asegurarse, antes que nada, de que los ricos no se largan de España. O sea, impedir por lo civil o por lo criminal que Cataluña vote algún día la autodeterminación.