Anoche comenzó un nuevo programa en Telecinco, La isla de las tentaciones. Ya solo con esa información se me erizan los vellos y la cosa no hace más que mejorar. Os cuento: cinco parejas se van a República Dominicana. A las cinco chicas las envían a una casa donde hay diez solteros. A los cinco chicos a otra donde hay diez solteras. Y sálvese quién pueda.
Los solteros y las solteras son las tentaciones a las que hace referencia el título del programa, claro. Todo como muy dantesco y muy perturbador, a mi parecer. Tanto como algunas de las declaraciones de unos concursantes que comentan que, como se van a casar, esta es una buena manera de poner a prueba la confianza del uno en el otro. Porque de todos es sabido que el matrimonio es el único estado del ser humano en el que la confianza es imprescindible y, además, lo suyo es entregarse a este juego perverso para sentirte unido a tu pareja por siempre jamás.
Otra de las concursantes afirma, muy digna ella, que es hipercelosa “porque lo mío es mío”. Y bueno, esto daría para un libro, o cinco y para años y años de psicoterapia.
Cuando andaba yo preguntándome quién narices, en su sano juicio, se prestaría a semejante despropósito, leo que una de las parejas se conoció en Gran Hermano, otra en HMYV, otra en First Dates… Todo encaja: hay a quien mostrar sus miserias a desconocidos le parece lo más de lo más.
Lo que no me encaja en absoluto es que uno de los concursantes es educador infantil. Señores que mandan en esto de la educación y los colegios: unos psicotécnicos, un poquito de criba, un algo para proteger a nuestras criaturas.
Al otro lado de la pantalla hay, sorprendentemente, a quien le encanta contemplar este tipo de espectáculos. El porqué es un misterio para la que escribe. Tiendo a pensar que nuestra atención debería posarse sobre aquellos que nos inspiran, que nos indican cuál es el camino hacia una mejor versión de nosotros mismos. Nada que ver con el panorama tropical que nos presenta esta gente.
Aparte de contemplar a estos seres humanos en su intimidad y en su salsa, tan espesa y tan disfuncional, también nos ofrecen los de Mediaset un debate posterior al programa para charlar, según la cadena, sobre el amor. Qué tiene que ver el amor con Dominicana, las tentaciones, los celos y veinte solteros intentando seducirte, pues ni idea.
Dejémonos de hostias, la cuestión de fondo es: ¿por cuánto estamos dispuestos a transformar a nuestra pareja en nuestro contrincante y nuestra vida en un desfile carnavalesco?
Lo mismo pensé cuando vi a una presentadora muy famosa en la portada de una revista muy famosa hablando sobre su ruptura muy famosa: ¿de cuánto dinero estamos hablando? Y, ojo, que cada cuál es muy libre de vender su vida por el precio que le dé la gana, pero mi gran duda es cuánto es necesario para, en medio de ese batiburrillo de dolor en el que la pena te corroe, encuentras el oasis donde maquillarte y atender a unos periodistas para relatar lo que ha pasado entre tu cama y tu cocina, que te hierve en los sesos, que te hace sentir que nunca más volverás a reír como lo hacías con él.
¿En qué momento te saltas tu propio luto para mostrárselo a un mundo que no conoces y que va a contemplar tus entresijos sin filtro alguno? ¿Cuántos miles de euros son capaces de limar las espinas de tu sufrimiento?
Quizás le estoy dando vueltas a algo que no tiene ningún sentido. Quizás esas relaciones son tan superficiales como el dolor tras ellas y por eso una bonita transferencia convierte lo negro en rosa por arte de magia.
O quizás no, quién sabe.