Es llamativa la naturalidad con la que el socialismo ha asumido que el principal argumento para no temer al gobierno de PSOE y Podemos es el nulo valor de la palabra de Pedro Sánchez. La despreocupación, rayana en la pachorra, con la que los votantes socialistas han dado por sentado que el presidente, como en la fábula del escorpión y la rana, será fiel a su naturaleza y traicionará los pactos a los que ha llegado con Pablo Iglesias y el resto de sus aliados de gobierno.
Es la misma psicología inversa usada para concluir que Sánchez respetará la Constitución precisamente porque se ha comprometido a demolerla con ERC, PNV, BNG y Podemos.
La primera de esas traiciones, de hecho, ya esta aquí en forma de una cuarta vicepresidencia para Teresa Ribera. Cuarta vicepresidencia que se sumará a las tres previstas hace sólo una semana –Carmen Calvo, Nadia Calviño y Pablo Iglesias– y cuyo objetivo no es otro que diluir al líder de Podemos hasta dosis estrictamente homeopáticas.
Iglesias tendrá la cartera de piel negra con el escudo constitucional y el cargo grabado en letras doradas, pero eso será lo más cerca que estará el líder de Podemos del poder institucional que se le presupone a un vicepresidente del Gobierno durante los próximos cuatro años.
La irrelevancia de Pablo Iglesias será, en cualquier caso, consecuente con su idea de España. ¿Qué poder puede ostentar el vicepresidente de un país inexistente y diluido hasta el punto de nieve del aguachirli en una miríada de etnias, identidades, sexos e ideologías mútuamente excluyentes? Un poder, en el mejor de los casos, homeopático.
Pocas dudas caben hoy de que Pedro Sánchez, un hombre que puede presumir de fiabilidad alemana en sus deslealtades, ha mandado a Pablo Iglesias al gallinero del Consejo de Ministros por el tradicional método de la patada hacia arriba. Ni despacho en Moncloa, tendrá Iglesias. ¡Qué humillación que a un comunista lo hayan pillado con ese viejo truco leninista!
A diferencia, sin embargo, del escorpión de la fábula, Sánchez acabará llegando sin excesivos problemas a la otra orilla del río aupado a lomos del cadáver flotante de su socio. Quien tiene una televisión tiene un tesoro. Y si las tienes todas, los amigos brotan hasta de las piedras del Ibex. Pero a esa conclusión obvia no ha llegado todavía un Iglesias que parece haberse creído los halagos de sus propios consejeros respecto a su inteligencia política y su atractivo mediático.
Seamos serios. No existe mayor mito en España que el de la inteligencia política de Pablo Iglesias. Si hoy Podemos puede fingir mando en plaza, que no ejercer mando en plaza real, no se debe a los méritos de la formación morada, sino al error de cálculo de Iván Redondo. Porque su destino, el de Iglesias, era el mismo que el de Albert Rivera.
Para suerte de Podemos, el partido no se estrelló con el estrépito que deseaba el PSOE en noviembre. La aritmética parlamentaria y la necesidad socialista de incrementar la tensión entre españoles para crear la percepción de un supuesto advenimiento de la ultraderecha hicieron el resto.
Atribuirle a Iglesias el mérito de su reiteradas caídas electorales, comicio tras comicio, como si se tratara de genialidades tácticas es demasiado atribuir. Recordemos que hace sólo tres años Iglesias soñaba con darle el sorpaso al PSOE.
Iglesias no ha perdido el tiempo y se ha embarcado en un tour mediático caótico, de eyaculador precoz político. Entrevistas, declaraciones, firmas, filtraciones de nombramientos y filtraciones de enfados con su socio de gobierno se han sucedido sin pausa durante las últimas 72 horas.
Mientras tanto, Pedro Sánchez ha hecho camino sin apenas moverse del sitio. Convirtiendo la vicepresidencia en un cargo irrelevante por la vía de vulgarizarlo hasta el absurdo –pronto habrá más vicepresidentes que españoles– y colocando en ella a tres mujeres en un gesto de aparente feminismo que Pablo Iglesias no puede ni siquiera soñar con imitar y mucho menos criticar. "Al menos Sánchez no enchufa a su mujer como número dos" sería lo más bonito que le diría el PSOE al líder de Podemos si este se atreviera a criticar la devaluación de su silla. Y el PSOE tendría razón.
Pablo Iglesias soñaba con convertirse por la vía rápida en la oxicodona para los males del pueblo y Sánchez le ha convertido con un gesto casi mariantoniesco en el Dalsy del gobierno. Si hay partido, y yo creo que no lo hay por la abrumadora superioridad del equipo local, este ha empezado muy mal para Iglesias. Veremos si Podemos no acaba pidiendo la hora en unos meses.