No sé si Pedro Sánchez le ha comunicado la composición del nuevo Gobierno al Rey por teléfono para no darle el disgusto en persona, o porque se sobreentiende que el Rey tiene internet, como todo el mundo, y ya la conocía como todo el mundo.
El interés estará en el juramento del cargo de los nuevos ministros, en el que conoceremos todos a la vez si aportan creatividad como cuando juran la Constitución. Tal como están las cosas, con que no mencionen la guillotina el acto habrá transcurrido por cauces razonables. Dentro de lo razonable que pueda ser nuestro esperpéntico momento histórico, claro está.
El anuncio por piezas del flamante Gobierno ha sido para mí un magdalenazo proustiano, que me ha evocado épocas remotas: junio de 2018, concretamente, en que ya vivimos algo similar. Pero el recuerdo me ha llegado no sin estupor: ¿cómo es posible que aquel brillo se deteriorase tan pronto, hasta hacerse olvidar?
Ahora estamos avisados y sabemos que el deterioro no tardará en llegar, y que se producirá de manera más apoteósica. Sánchez ha demostrado ser un buen director de casting y un mal director teatral. La obra se le volverá a ir de las manos, en parte por su actuación (también es un actor pésimo).
“El Gobierno hablará en varias voces pero siempre con una sola palabra”, ha dicho en su discurso del domingo por la mañana. Como esa palabra va a ser la suya, no resultará muy de fiar. Lo cual no es necesariamente malo en este contexto.
Los primeros movimientos mantis-religiósicos de Sánchez hacia Pablo Iglesias nos hacen concebir esperanzas. Aunque Iglesias es también un killer, por lo que el desenlace está abierto.
Este Gobierno tiene algo de trampolín de barco pirata de las películas, al que llegan los dos protagonistas a enfrentarse personalmente, tras haberse cargado cada uno por su cuenta a un montón. Abajo, por si fuera poco, aguardan los tiburones.
El Gobierno, en cualquier caso, no ha quedado nada mal: parece de gente preparada; con la excepción de Iglesias, las Montero, Garzón, Calvo y Sánchez. Técnicamente está muy bien blindarse con tecnócratas para montarse con garantías festines ideológicos. Al menos no se descuida la realidad de las cosas, mientras se tiene empaquetada como facha a toda la oposición, para que no dé problemas.
Yo simplemente me permitiría corregir a los comentaristas que dicen que Sánchez e Iglesias no se cuentan entre los tecnócratas de este Gobierno de tecnócratas. Lo son también: solo que tecnócratas de sí mismos.
Moncloa, por su parte, ha tenido lo que quería: imágenes de la manifestación de Vox contra el presidente que poder dar en el telediario tras las del discurso de Sánchez. Los líderes voxistas son tan fieles a Sánchez, y tan necesarios para Sánchez, que no dudo en calificarlos de ministros en la sombra.