El asunto del "pin parental", que, no cabe duda, tiene su sentido cuando trata de sacar de la escuela toda la ideología que arrastra el tema del sexo y de la sexualidad (un coladero de ideologemas como el que más), también ha puesto de manifiesto la fuerte implantación en determinados grupos, sobre todo entre la llamada derecha, de la ideología anarcocapitalista.
Muchos ven en el Estado un instrumento "totalitario" en sí mismo, que tiende a la acción despótica, y que, sobre todo cuando se ve dominado por fuerzas políticas "colectivistas", se vuelve una amenaza contra empresas y familias (la llamada "sociedad civil"). Entonces, ante los abusos del Estado (de "los políticos"), que amenaza con la ruina de la nación, se trataría de devolver a esta, se supone mejor representada por la familia y la empresa, instrumentos para defenderse de los ataques procedentes del Estado (así, tal sería el "pin parental").
Sin embargo, creer que, desde la familia o la empresa, como si fueran ámbitos puros (pletóricos de "sentido común"), se pueden corregir los desmanes "totalitarios" del Estado es completamente fantástico, resultado de proyectar sobre empresa y familia una clarividencia y buen sentido, para quitárselas al estado, completamente gratuitas. De hecho, sin el respaldo de las familias, sea por comisión o por omisión, no habría este nivel de ideologización que hay en la escuela.
Creer que pasar determinados contenidos "educativos" (morales) por el filtro de "las familias" van a sanear la escuela y evitar el llamado "adoctrinamiento", es pura ilusión. El único filtro que vale es el espacio gnoseológico constituido por las propias ciencias, técnicas y tecnologías. Las funciones de la escuela, después de la alfabetización y de unos contenidos mínimos comunes en primaria, es introducir a las nuevas generaciones (ya en secundaria y bachillerato) en ese espacio gnoseológico como ámbito en el que se toma contacto con las realidades que las ciencias actualmente ofrecen (pudiendo quedar así neutralizada las supersticiones o creencias absurdas procedentes de cualquier otro ámbito social).
Y solo el Estado, por su carácter abstracto, como mecanismo que busca el bien común frente a cualquier interés de las partes, puede construir una escuela con tales características, siendo además la única instancia que puede garantizar (el estado es leviatán) la educación como "derecho" (de tal modo que este derecho lo puede defender el estado, incluso, contra las propias familias, como a veces ocurre).
La familia, como cualquier otra institución, también está sometida a su degradación y, naturalmente, puede convertirse en un verdadero infierno para sus miembros. La única instancia, en último término, a la que se puede acudir para salir de ese infierno (la ya clásica película de "El Bola" lo pone de manifiesto) es el Estado. De la misma manera, la empresa no es ese lugar que, por verse expuesto a la "ley de la oferta y la demanda", va a quedar completamente limpio de corrupción y abusos.
Lo decía muy bien Unamuno en uno de sus exquisitos Monodiálogos, "y no, señor mío, ni el Estado tiraniza más, sino menos, muchísimo menos, que un gremio o una corporación o una profesión o un sindicato, ni se entrega más al favoritismo. Y vuelvo a lo del principio, y es que no está probado que el Estado administre peor que una empresa privada. Acaso con más rutina, con más timidez –y no siempre-, pero no con más nepotismo que una empresa anónima y por acciones" (Lo mayúsculo y lo minúsculo, en Monodiálogos, p. 123, ed. Espasa).
Por supuesto que hay algo de verdad, sobre todo cuando fijamos la atención en la obra de determinados estados históricos del siglo XX, en que existen tendencias despóticas en el estado, cuyas consecuencia son de un alcance mucho mayor que las que pueda haber en el ámbito de la familia o la empresa (aunque hay empresas con más peso social que muchos estados), pero, en última instancia, es el estado el único organismo que puede neutralizar, corregir y castigar (en su caso) los abusos y corrupciones producidas en cualesquiera otro ámbito institucional.
El único canon de medida sobre lo justo y lo injusto, sobre lo propio y lo ajeno, es el Estado. Y no hay más cera que la que arde. La propiedad, ya sea privada o común, ya sea de bienes o de personas (en forma de tutela, contratación, etc), sólo la puede garantizar el Estado. Y es que, sentenciaba con razón Spinoza, "solo el poder del Estado, que hace valedera toda voluntad, hace que cada uno sea el dueño de sus propios bienes".