Lo volverán a hacer. Dicho así, desde un plural mayestático y en sede parlamentaria, da cierta jindama, aunque en lo pactado entre el PSOE y ERC se ve que tenemos desactivadas las verbenas separatistas, los domingos, como en aquel 1-O de dedos lastimados y tocamientos impuros. En resumen, la vuelta de Oriol Junqueras al Parlament ha sido el mitin en el lugar preciso y en el momento justo.
El día antes, el lunes, la Cámara catalana fue el sindiós que todos sabemos, con el separatismo matándose porque en el "lo volverán a hacer" lo que viene implícito es que el movimiento. "El hacerlo" es la única justificación que le queda a esta panda de sediciosos, burgueses ociosos y encarcelados de aquella manera.
Pero es que Oriol Junqueras habla como desde las catacumbas de sí mismo, con no sé qué prosodia de cura: su tono da a entender que un golpe separatista es lo más normal del mundo y que en las habitaciones últimas de su ADN está el vértigo de la Historia.
Tiene narices que Oriol Junqueras, como el del chiste, coja la senda, la termine y la siga. Tan frailuno y nada de arrepentimiento ni de propósito de la enmienda: con su brujo y su despacho en Lledoners, Junqueras tiene rango ya de virrey llorón: y esa es la imagen que nos ha venido a vender.
"No tenemos miedo, y menos ahora", que ha dicho el pollopera haciendo en un martes soso de enero un balance de la España que nos ha dejado Sánchez.
Junqueras habla como un ministro, y quizá lo sea. Hace tres años, que un golpista fuera a un parlamento regional a persistir en la justificación del delito sería motivo de gente enfollonando en Colón y hasta ruido de sables: ahora hemos normalizado esto y hasta que los profesionales del vacío hayan tejido una tupida red de actividades manuales y pseudocientíficas en horas extraescolares.
La cuestión es que Oriol Junqueras ha reaparecido con todo el poder de ser a quien ahora le debemos Gobierno.
Le daremos las gracias y le pondremos un tuit por haber traído estabilidad a España y por ser tan fiel a sus monomanías.