No se puede decir nada nuevo sobre Gistau porque está todo en sus artículos. Los lectores conocíamos la forma que tenía de emplearse contra el mundo. Esculpía su lugar como reflejo de lo que fue. Supongo que era así tras ver las reacciones de los que pasaron algún rato con él.
La dimensión exacta de una pérdida está en la cantidad de amigos espontáneos que salen al paso del féretro. Quienes mantuvieron su condición a la altura del talento se convierten al morir en un fotocol. Los flashes rebotan contra el tótem magnífico de la memoria de Gistau. El destello no habla de los egos que se calientan al sol de la desgracia, al revés, marca la conquista total de Madrid por Gistau hasta la hora de la derrota del domingo.
Gistau pudo permitirse considerar la columna un accidente: era el rey de la distancia reina. Trotaba marcando el ritmo, la liebre que entraba y salía del género. Poseía la zancada insuperable de la frase larga perfilada con los años, precisamente porque estaba hecho para escribir guiones bajo el sol californiano de Estepona o concretar la novela definitiva que le hubiese permitido vivir como el flaneur que diseñó Sorrentino.
Mientras lo conseguía y no, en el juego de ambiciones aparcadas y retomadas, se entretenía en desgranar la “baja estofa de la actualidad”. La actualidad es un coñazo: “La vida no iba a ser esto”.
Su logro principal fue desmontar el lugar sagrado del periodismo, por el que varios de sus colegas matarían, a base de textos perfectos que decoraron las habitaciones de los recién llegados a la capital en busca de oportunidad y voz propia.
A Gistau se le veía la aleta dorsal a mil millas cuando acechaba las metáforas. Para mí, siempre estará sentado en la barra de aquel bar en Georgetown junto al veterano de guerra al que sólo le quedaba la copa que tenía delante.
En la vida, parecía decir, no hay más literatura que la de formar una familia, ni más malditismo que ser un hombre sólido que mantiene su visión del mundo a pesar de todo. Gistau era una idea sobre cómo afrontar la vida.
Al pasar por la biblioteca que lleva su nombre parecerá mentira que existió. Cuando llegue a la edad con la que ha muerto Gistau hablaremos de él igual que hablamos ahora de Camba, Umbral o Alcántara. Asistir a la transformación del ídolo en leyenda es muy triste. Cualquiera preferiría reunir de nuevo las pavesas, cambiar la eternidad por pasar cinco minutos más en el mundo. Como vivir a veces es tanta putada, a partir de ya admiraremos a Gistau desde la distancia que marcan los dioses. Los días que escribía le crecía la envergadura al periódico, el "artefacto" idóneo para medir la valía de algunos tipos: su apellido pesaba una tonelada impreso.