Un tic odioso del presidente Sánchez en sus comparecencias durante el estado de alarma es ese de que “el virus no entiende de ideologías”. Odioso y sintomático: porque revela que Sánchez cree que repitiéndolo gana credibilidad; es decir, revela que Sánchez sabe que carece de credibilidad por su insistente utilización de la ideología para dividir a los españoles.
No en vano, ha llegado a esta crisis terrible con la mitad de los ciudadanos a los que gobierna empaquetados como “fachas”. La oposición nunca fue para él una oposición razonable: siempre fue “la derecha”, “la ultraderecha”, “el trifachito”. Hasta el mismísimo 8 de marzo, de consecuencias tétricas, utilizó la ideología para excluir a los críticos.
Ahora intenta adoptar el papel de estadista que llama a la unidad, que es lo que tiene que hacer. Pero, aun así, en su partido se le desflecan con gruesas críticas a las comunidades gobernadas por el PP: en una representación de lo que sería el PSOE en la oposición en la presente crisis. Exactamente lo que fue Sánchez en la del ébola, que resultó insignificante comparada con la actual.
Y si Sánchez y el PSOE viven en esta contradicción, que al fin y al cabo los refrena un poco, qué decir de sus socios de Podemos. Estos están desatados de un modo imposible: por un lado, mantienen un discurso gubernamental casi de palafreneros; por el otro, desean incendiar las calles desde lo más cerca que la gente está de ella, que es desde sus balcones.
La cacerolada contra el Rey, con su lema de “CoronaCiao”, cuando ya iban dos mil muertos por el coronavirus, indica que siguen a lo suyo. Están comidos por la ideología y no queda nada en ellos que no sea ideología.
Un ejemplo deprimente es el de Irene Montero, que nunca aprende nada. En la reaparición tras su contagio (y antes de recaer) seguía con su bla bla bla: que si “la derecha” o “la derecha ultra”, que si el machismo, que si el feminismo... Y peor fue antes: cuando de la desgracia de sus mellizos prematuros salió hablando –contra el PP, Ciudadanos y Vox– de “los trillizos reaccionarios”. La vida la somete a una prueba durísima y lo único que saca es munición barata.
Esta gente no vale un duro y va a ser barrida de nuestra vida política. Asistimos al crepúsculo de los ideólogos, aunque ellos no lo sepan aún. Llevamos miles de muertos en España (6.528 cuando escribo estas líneas): la realidad ha desarmado la farfolla retórica con la que siguen. No es que el virus no entienda de ideologías, es que los de la ideología no han entendido el virus: la nueva situación que los expulsa.