Hace hoy cuatro semanas que comenzaron los síntomas. Tos seca, fiebre, dolor muscular, debilidad general. Hace tres, se complicaron bastante y, a pesar de poner todo el interés en no ir a Urgencias, como pedía el presidente Pedro Sánchez, no tuve más remedio que acudir, siguiendo la recomendación de un médico amigo que había estado ingresado por coronavirus. “Ve rápidamente a un centro hospitalario, debes descartar que tengas afectados los pulmones”, me indicó, tras escuchar mi sintomatología.
En el hospital privado observé a muchas personas con enormes dificultades, algunas no tan mayores. Llevábamos pocos días bajo el Estado de Alarma, y el miedo era evidente en los rostros de quienes compartíamos, lo más distanciados posible, la sala de espera.
Me hicieron la prueba del Covid-19 y así me convertí, a los tres días, en un número más de los que se contabilizaban como contagiados. La doctora que me atendió me informó de que, a los 14 días, me debía hacer una segunda prueba para confirmar si, gracias al tratamiento con antibióticos que me estaba prescribiendo, y al ímpetu de mi sistema inmunológico, había vencido al virus.
Unos días después me llamaron de un centro de salud para preguntar cuál era mi situación. La describí con claridad. Pero no supieron decirme qué debía hacer a continuación. Expliqué que pronto iba a necesitar la segunda prueba; me explicaron que allí no las hacían, y que no tenían ni idea de dónde o cómo o quién se encargaba de eso. Que solo llamaban “para averiguar cómo estaba”.
A los 14 días del diagnóstico llamé al hospital privado para hacerme esa segunda prueba. Me marearon de un lado a otro telefónicamente y acabaron enviándome, por la misma vía, a la Sanidad pública. Llamé al número que me facilitaron, pero me dijeron que allí no sabían nada de segundas pruebas. Que si me habían hecho la primera en el hospital privado, que volviera a hablar con ellos.
Insistí, qué remedio, en ese centro. Seguían sin saber gran cosa, pero por hacerme un favor, me dijeron, les pasarían “una nota” a los médicos, aunque estos estaban ocupados con la crisis del Covid-19, señalaron. Intenté trasladar que la pregunta -¿cuál es el protocolo para la segunda prueba?- se la iban a hacer miles de pacientes con Covid, y les expuse que era necesario que hubiera un procedimiento.
Al día siguiente me llamó un médico del centro privado. No hacían segundas pruebas. “Usted lo que tiene que hacer”, remarcó, es “quedarse en casa”. Bueno, eso ya lo sabía, la verdad.
España tiene unos números al respecto de la pandemia que resultan indefendibles. Se puede vender la labor del Gobierno mejor o peor, pero los números no se pueden cambiar. O tal vez sí, si no se cuenta bien.
Somos segundos en el mundo en número de contagiados, después de Estados Unidos, y también segundos en fallecimientos, después de Italia, si bien los 14.673 muertos oficiales contabilizados en nuestro país en el último recuento podrían ser muchos más. Pero, en cualquier caso, resultan evidentes la improvisación, la escasísima previsión y la falta de procedimientos estandarizados ante una crisis que, por supuesto, nadie dijo que fuera fácil de manejar, pero que descubre una gestión más que cuestionable, criticada por The New York Times -que llama “opaco” al sistema de contabilización de fallecidos-, o por la agencia de noticias Bloomberg, que considera que la tragedia en España era “demasiado previsible”.
“El periodismo es hoy más importante que nunca”, afirma Isabel Coixet. La suya es una excelente afirmación precisamente ahora que estamos viviendo lo que podría ser un guion de la serie Black Mirror, y de los más originales.
Necesitamos medios de comunicación, sí, como dice la cineasta catalana, pero unos que analicen la pandemia -y todo lo demás- objetivamente. Sin embargo, dentro de este filme caótico y triste al que asistimos como protagonistas, cada vez cuesta más encontrar medios que se ciñan al guion sin dejarse llevar por sus afinidades políticas. Y eso ya no es periodismo.
Mientras el Gobierno español defiende su gestión -somos la “avanzadilla” en la crisis sanitaria, llegó a decir la ministra portavoz-, yo he seguido queriendo saber qué puedo hacer, más allá de quedarme en casa, para saber si puedo abrazar a mis hijas sin riesgo. Y me pregunto de dónde sale el número de “recuperados”, y qué soy yo. Sin los resultados de una segunda prueba, no soy nada.
Al final he optado por someterme a un test en un laboratorio para averiguar si tengo anticuerpos o si el virus sigue en mi organismo. Pero hubiera preferido seguir un procedimiento establecido que determine qué deben hacer los ciudadanos para saber si siguen siendo positivos o no. Pero, hasta la fecha, no parece que exista.
En las distintas comparecencias de los miembros del Gobierno se nos anima a pensar que todo, o casi todo, va bien. Que hay mascarillas para todos, que los sanitarios están protegidos suficientemente, que hay suficientes pruebas del Covid para la población . Que todo el mundo sabe lo que tiene que hacer, y que hay medios para hacerlo. Quizá no sea así.