Me llega al móvil el vídeo de un conocido periodista con programa de radio cárnico declamando sobre esta pandemia. Casi un minuto de arenga para decirnos que el virus es algo así como un toque de atención codificado porque nos hemos puesto estupendos, por agredir al planeta y agredirnos a nosotros mismos, porque somos -utiliza el plural mayestático pero, creo, no se refiere a él mismo sino a los otros, a nosotros- unos racistas y unos individualistas. El virus como castigo merecido, como lección didáctica. Castigo de Dios. Mira, para moralejas ya tengo a Esopo, gracias. Abandono el grupo de whatsapp sin mediar palabra.
Suena de nuevo mi móvil. Abro un vídeo. Es un tipo muy formal que presenta un futuro apocalíptico, una distopía deprimente. Dibuja este augur melindroso un escenario tan dramático para cuando acabe la desescalada (¿estamos seguros de que existe esta palabra?) que siento la necesidad de escribir mis últimas voluntades, dejar pagado mi funeral con sus flores y despedirme de mis seres queridos. A punto estoy de marcar un par de números y soltar los tequieros y los notesoportos que preferiría no dejarme en el tintero si mi óbito me espera al final de la cuarentena. Entendedme: si nos ponemos victorianos, nos ponemos victorianos. Abandono el grupo de whatsapp y bloqueo a todo el mundo.
Suena el móvil otra vez. Esta vez es un vídeo musical. Un grupo moderno estrena canción pandémica, creada ad hoc, y ha reunido a un montón de cantantes, también modernos -casi todos ellos desconocidos por mí, amusia mediante-, que cantan con solemnidad y épica. El tema es tan literal en su mensaje que sospecho hayan puesto música a la redacción del hijo pequeño de alguno de ellos. Busco la información en internet y parece que no, que no es un ejercicio de P5 sublimado por un padre entusiasta con estudio en casa y amigos artistas. Es peor. Se trata de un poema colectivo que firma, entre otros once más, Elvira Sastre. Ahora lo entiendo todo. He leído cuadernillos de caligrafía Rubio mucho más alegóricos e inspiradores. Abandono también este grupo de whatsapp, bloqueo a todo el mundo y me desinstalo la aplicación.
Yo es que así no puedo, de verdad. Me baja el nivel de empatía a mínimos, se me dispara el nihilismo, reboso misantropía. Entre pesimistas verbosos, artistas hiperconcienciados, activistas del buen rollito, defensores del “de esto salimos todos mejores”, creativos iluminados, diletantes superdinámicos, profesionales del reproche y predicadores de la verdad absoluta; entre todos estos, digo, me están dando el confinamiento. Han conseguido, casi, que añore cuando lo que más rabia me daba era que me llegase una fotopolla.