Decidimos llamarle Pecholobo. Era un general del ejército israelí que nos había explicado que lo que veíamos enfrente era El Líbano, y que tantos arbolitos hermosos escondían decenas, cientos y miles de misiles de Hizbulá apuntando en ese momento hacia nosotros.
No recuerdo qué le dije, pero sí que le sentó mal, y a pesar de sus gafas negras noté cómo sus pupilas me lanzaban más pólvora y megatones que los que nos acababa de describir.
Cuando volví al hotel, aquella noche, y le di una pensada al asunto, concluí que Pecholobo era un buen tío, con compromiso y conciencia de su misión. Si bien nos habló de la milicia chií libanesa calificándola de terrorista, no despreció a sus integrantes. Había respeto en sus palabras. Aquí cada uno defiende lo suyo, colega, no le des más vueltas, que para eso están los políticos. Mientras estemos en guerra, ni ellos ni nosotros meteremos en nuestra ecuación la incógnita de cuántos inocentes se llevan lo suyo en cada disparo, nos limitaremos a despejar a los malos del terreno.
¿Y quiénes son los malos? Han pasado los años y lo de Oriente Próximo nos va importando menos. Muchos ahora incluso callan sus pestes prejuiciosas porque desde el Gobierno es jodido boicotear a Israel, más aún cuando todo indica que acabarás negociando con su Gobierno en tu propio beneficio: sus ingentes inversiones en I+D y los lazos históricos son la esperanza de que España no llegue tarde también al reparto de vacunas para el coronabicho.
En esa carrera nadie lleva la camiseta de Europa y, como con una aguja en el pajar de los millones de parados, infectados y muertos de la pandemia, todos sacan el codo para pillar posición. Ni chinos ni yanquis parecen de fiar hoy en día para la UE, además empantanada con el brexit... ¿se acuerdan?
Mientras estuvimos juntos, los intereses comunes generaron unas reglas aceptadas por todos. Pero ahora, los británicos amenazan con ponerle aranceles a las naranjas, al jamón y a los quesos de aquí si Bruselas no acepta un acuerdo de libre comercio con Londres antes de fin de año.
Así es la vida, chaval, cada perro mea su árbol y gruñe si otro le olisquea el territorio.
En aquel viaje por tierras santas, también me reuní con una fundación israelí que proponía una vía muy loca hacia la paz. Un camino tortuoso y con rodeos, pero que pensaban mucho más eficaz: hacer negocios con los palestinos antes de desmantelar un solo cohete: "Cuando queramos lo mismo, ya verás cómo dejamos de matarnos".
Porque es el interés lo que explica que Iglesias ya no grite "¡Israel asesino!". El personal, por mantener el banco azul; y el político, para pillar la vacuna que le evite perderlo. Aprovechar en beneficio propio el egoísmo puede convertirse, paradójicamente, en un acto generoso.
Por eso algunos vemos la ruptura de Londres como un retroceso en el curso de la Historia. Los ingleses se han ido y miran atrás cabreados. A todos nos va mejor gruñendo en el mismo parque que hinchando el pecho a ver quién mea más largo.