Cuando la polarización política rebasa el ámbito parlamentario, la calle se convierte en escenario del debate público. El mitin y la manifestación ocupan el ágora; pero no como diálogo, sino como combate. Cuando el debate degenera en bronca, hay riesgo de enfrentamientos y violencia.
La experiencia demuestra que el bloqueo político y, sobre todo, eliminar el protagonismo parlamentario en el debate público, hace que éste se traslade al barrio, a la calle e incluso al enfrentamiento entre las familias, como ha ocurrido recientemente en Cataluña.
Hace apenas unos días, con ocasión de las manifestaciones diarias en Madrid en protesta por la limitación abusiva de libertades por parte del gobierno Sánchez-Iglesias, hemos visto conatos de violencia por parte de contramanifestantes de izquierdas contra los ciudadanos de Madrid que protestan por la permanencia del estado de alarma. El sentido último de esas manifestaciones, en varios puntos de la capital, es una defensa de la libertad, del mantenimiento de la unidad de España y de la monarquía parlamentaria de la Constitución de 1978.
Estos enfrentamientos no son una buena noticia toda vez que demuestran un desbordamiento motivado, en parte, por la falta de respeto y cortesía en la misma institución parlamentaria. Los diputados que usan tonos amenazantes o agresivos, como los de Iglesias, son a la vez reflejo y causa de la tensión fuera del Congreso.
En los años treinta del pasado siglo asistimos a un bloqueo parlamentario intenso cuando el frente de izquierdas y republicano-azañista comprobó que la mayoría de izquierdas de 1931 había sido un espejismo que no se correspondía con la realidad del país. No daban crédito y se lanzaron a amedrentar a los votantes católicos y de derechas en las provincias que tenían clara mayoría conservadora.
Pedro Sainz Rodríguez (1897-1986) fue un erudito bibliófilo y diputado monárquico por Santander en la II República, desde 1931 hasta 1939. Sainz Rodríguez ejerció como Ministro de Educación, durante catorce meses, en el primer gobierno de Franco. Después, como tantos otros monárquicos liberales, se separó del régimen franquitas y apoyó la candidatura de Don Juan.
Sainz Rodríguez recuerda en sus memorias, Testimonio y recuerdos, que sus mítines electorales en Santander durante la República eran objeto de tiroteos e incluso, en Reinosa, las juventudes socialistas incendiaron el local donde se celebraba el mitin electoral.
La reflexión de Sainz Rodríguez sobre la violencia política padecida, en 1934 y 1936, puede servir apara entender los objetivos e intenciones de los violentos izquierdistas actuales contra los manifestantes antigubernamentales: “La experiencia de la vida pública me ha hecho comprender muy claramente el porqué de la violencia. Donde una fuerza política tiene la mayoría segura, prefiere que todo se desenvuelva en medio del mayor orden; cuando es una minoría, entonces se apela a la violencia. Por ejemplo, en Zaragoza, donde había una gran fuerza de CNT y de izquierdas, no hubo violencia, que yo recuerde. En las zonas donde la izquierda tenía segura la mayoría no había agresividad, pero en Santander, donde la derecha debería haber tenido desde el principio segura su mayoría, no cesaban los atentados, porque era la única manera de lograr equilibrar la minoría numérica del voto, provocando la ausencia de votantes en el campo de la derecha”.
Madrid lleva treinta años de mayorías de centro derecha y no es casual que sea en la capital de España donde los alborotadores de izquierdas han iniciado un camino de hostilidad contra los votantes y manifestantes. Madrid se resiste a otorgar una mayoría plebiscitaria a un anticuado y ruinoso proyecto político izquierdista y populista.
Afortunadamente no hemos llegado en España a aquellos niveles de enfrentamiento de los años treinta, entre otras cosas, porque el discurso socialista, en la segunda mitad del siglo XX, en toda Europa, se ha civilizado y ha asumido la democracia liberal parlamentaria. Pero no está de más recordar ciertos comportamientos que el ministro del Interior debe frenar para evitar que, extremistas exaltados, ejerzan actitudes intimidatorias.
Ya nos vale con la violencia política que hemos padecido durante cuarenta años en las provincias vascongadas y la que ahora estamos soportando en Cataluña.