Seré sincera, cuando mi compañera de oficina leyó en voz alta el titular sobre lo acontecido con Nacho Vidal y el ritual del sapo bufo, me entró la risa. Al caer en que alguien había muerto, se me pasó.
Esta es una de las tantas ocasiones en las que el humano, por pasarse de listo, la lía parda. Hablo de Vidal, que recomienda abiertamente el consumo de la droga conocida como “molécula de Dios”, un nombre que le habrá puesto otro tan iluminado como el actor porno. Si le llamas “mierda que te jode el cerebro, que puede matarte o convertirte en un adicto de por vida”, la venta se complica, quieras que no, aunque seguro que encuentras a quien quiera suicidarse, literal o figuradamente.
Con un par, Vidal afirma que consumir una droga le ha ayudado a superar su adicción a las drogas. Que alguien le cierre el pico a este señor, por el amor de Dios.
Lo que es cierto es que el del pene cinematográfico puede soltar por su boca las tonterías más grandes del planeta sin que ello signifique que alguien tenga que obedecerle. Pero así somos: un descerebrado afirma que esto es la bomba y que, al menos una vez, habrá que probarlo, que eso no hace daño a nadie. Y zasca, infarto al canto.
Antes de lanzarse a un precipicio de profundidad incierta, estaría bien pasarse por un hospital y preguntarles a los médicos de urgencias a cuántos intrépidos atienden cada día. Porque sí hace daño a alguien, de hecho, a la mayoría. Porque si no la palmas y te gusta lo que te provoca el sapo, o la coca, o el porro, o lo que sea vas a querer más y no hace falta que cuente aquí hasta qué extremos nos llevan las adicciones. Si no te gusta, que ojalá, pasarás un rato horroroso y de paso te cargarás unas cuantas conexiones neuronales. Al señor Vidal, a la vista está, le quedan tres o cuatro.
Él mismo afirma que la primera vez que lo probó desconectó y se quedó quieto en el suelo, lo que viene siendo una pérdida de conocimiento en toda regla. No hay que ser muy listo para reconocer que eso ni es muy normal ni puede ser bueno. Pero volvemos a las tres neuronillas cojas que le quedan al actor porno y a todos los que defienden el uso de sustancias para conectar, elevarse o entregarse a un ritual que se ha inventado algún degenerado ansioso por aprovecharse de quien busca la felicidad en el lugar equivocado. La respuesta, gente querida, está siempre en nosotros, no en un desmayo, un vómito ayahuasquero o un viaje sideral. Cuando regresas sigues siendo el mismo, pero peor.
Lamentablemente, el fallecido que, al parecer, consumió voluntariamente, tampoco tuvo en cuenta ni el peligro ni los hechos empíricos: las drogas pueden matarte. A unos sí, a otros no, unas con más probabilidad, otras menos. Pero matan y tú puedes ser el siguiente. En la balanza tuvo en cuenta la diversión y se le olvidó la posibilidad del paro cardíaco o el daño cerebral irreversible.
Dicen que es imposible sufrir una sobredosis de sapo. A priori también lo es sufrir una de nueces y hay quien muere tras ingerir unas trazas de esa fuente estupenda de omega-3. No te cuento una guarrada que sale del pescuezo de un sapo.
Me ofende tremendamente la impunidad con la que muchos alaban las bondades de sustancias que han destrozado tantas vidas, como la de Albertito, aquel chico de la pandilla de mis quince años, cuyas últimas palabras fueron “Tranquila, que yo controlo”. Se fue a dormir controlando y nunca se levantó, como tantos.
Alberto, José Luis. Sapo, éxtasis. Qué más da. Hay lugares sin retorno que nunca deberíamos visitar, mucho menos promocionar.