Uno de los grandes dramas de nuestro tiempo es la muerte de la comprensión lectora. Les cuento.
En la Proposición No de Ley presentada por el grupo socialista en el Congreso (y aprobada con 291 votos a favor) se sostiene que “[el Congreso de los Diputados] reconoce la existencia de una violencia específica contra las mujeres que se produce por el hecho de ser mujeres” y emplaza al Gobierno a combatir los discursos machistas o “negacionistas” (estas comillas son mías) de la violencia de género.
Reconocer la existencia de una violencia particular que se inflige a las mujeres por el mero hecho de serlo implica afirmar que esa violencia, esa en concreto, carece de un origen multifactorial. Es decir, que se debe única y exclusivamente al hecho de que la víctima pertenezca a ese sexo y no a otro. A su condición de fémina.
Uno podría negar tal aseveración, amparándose en la existencia y los resultados de estudios científicos (parezco Sánchez) y criminológicos elaborados a fin de intentar identificar y valorar los diferentes factores que intervienen en la violencia dentro del ámbito doméstico, familiar o de pareja, y no negar, a su vez y en absoluto, la existencia de mujeres que sufren violencia.
Es decir: negar que se deba a una sola causa no es negar que existen mujeres que sufren violencia. Porque “no nos violentan solo por ser mujeres” no significa “no violentan a ninguna mujer”.
Ahora, respiren, mortal carpado hacia atrás con doble tirabuzón. Atentos no se me pierdan.
Se puede decir que tratar de callar al discrepante, Decreto no de Ley mediante, supone una tropelía, autoritaria y totalitarista, y eso no nos situaría, per se y de facto, a favor de ese discrepante. Ni en contra. Solo nos situaría del lado de la libertad de expresión, de pensamiento y de información. Nos colocaría al lado de aquellos que consideran que la manera de alcanzar un consenso es a través del sano intercambio de pareceres y posturas, que únicamente contemplando y valorando los diferentes argumentos, a favor y en contra, se puede llegar a un buen diagnóstico del problema, por muy conflictivo o polémico que sea, y, en base a ello, a una solución.
Es decir: afirmar que todo el mundo tiene derecho a disentir no significa dar la razón al disidente. Porque “estoy a favor de que puedas dar tu opinión” no significa “estoy a favor de lo que opinas”.
Tras manifestar mi desacuerdo e indignación por ese Decreto no de Ley aprobado en el Congreso y defender que creo, por encima de todo, en la libertad de expresión; tras explicar que considero que la violencia ejercida contra las mujeres es multifactorial y solo atendiendo a todos esos factores, a la complejidad del problema, podremos combatirla, recibo un montón de mensajes acusándome, con dudosa elegancia y sofisticación, de misógina y fascista, de negar el machismo y poco menos que de matar a la madre de Bambi con mis propias manos.
Comparto uno de entre todos, de remitente airada y desconocida: “Eres una hija de puta malnacida. Se te debería caer la cara de vergüenza, fascista de mierda. Claro que nos matan por ser mujeres, porque nos consideran suyas ¿Qué te parecería a ti que te violaran en manada y te dejaran tirada como una colilla y encontraran tu cuerpo al día siguiente destrozado en un solar?”.
“Pues muy mal, señora. Me parecería francamente mal”, le he contestado yo. ¿Qué le vas a contestar?
Parafraseando a Voltaire, en mi vida solo he dirigido una plegaria a Dios, una muy corta: “Oh, Señor, haz a mis enemigos ridículos”.
Y Dios me lo ha concedido.