Fernando Simón se ha convertido en un personaje público cuya representación excede cualquier valoración ponderada para adentrarse en el ámbito de las pasiones. El 'epidemiólogo jefe' en la lucha contra el Covid-19 suele ser esgrimido con juicios que pivotan entre la animadversión y la mitomanía, acallada toda prudencia por el bramido de los odiadores y el aplauso de los entusiastas.
El último episodio de esta dialéctica de los extremos se ha producido como consecuencia de la portada que mañana le dedica 'El País Semanal', donde el médico más querido y detestado de España posa a lomos de una moto de gran cilindrada con chupa motera. A fuerza de memes, invectivas y análisis sobre la gravísima inconveniencia de un retrato que, según los más fanáticos, afrenta a 45.000 compatriotas muertos, el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias ha vuelto a escalar las cimas cenagosas del trending topic.
Acusado de ególatra inescrupuloso, ridiculizado como Terminator y Michael Night’ o comparado con Isabel Díaz Ayuso en trance para El Mundo, Simón hubo de resolver en rueda de prensa el making off con una simpleza desconcertante: "Les hizo gracia [a los reporteros] que yo venga todos los días en moto al trabajo... es una foto graciosa".
La naturalidad con la que Simón ha despejado la polémica habrá soliviantado más a sus haters y pone el foco en la obtusa visceralidad que les anima a juzgarle más allá de toda crítica razonable. A Fernando Simón lo han vapuleado por vestir con desaliño, por sus cejas pobladas, por atragantarse con una almendra y ahora también por montar en moto y protagonizar una portada de revista. Pero mucho me temo que lo que más molesta y solivianta a sus odiadores, el punto de no retorno, son sus modales, su moderación, su talante educado y la responsabilidad con que rehúye la propia ofensa y el señalamiento de nadie.
La inquina que algunos profesan a Simón resulta tan gratuita e injusta que el repudio automático de esa misma inquina es lo que lo ha convertido en un personaje digno de admiración, cuando no de camisetas estampadas y graffitis pop.
En noviembre de 2015, Anagrama publicó en España las fabulosas memorias de Oliver Sacks. El famoso neurólogo, psiquiatra, investigador y escritor repasa su pasado como estudiante, médico, homosexual, culturista, drogadicto, genio y motero con mirada humanista, sin estridencias, ni prejuicios, ni anatemas. La editorial ilustró el volumen con una fotografía muy querida por el propio Sacks en la que aparece con 28 años, vestido de cuero y a horcajadas sobre su inseparable BMW R60.
Cuando vi la fotografía de Fernando Simón me acordé de Oliver Sacks y me pregunté qué hubiera sido de él si le hubiera tocado vivir en España y estar al frente de la lucha contra la pandemia en un tiempo propicio al encono como el nuestro. Cuántos le habrían insultado de manera inmisericorde y cuántos habrían calificado de "graciosa" esa foto de un hombre sobre una moto.